viernes, 31 de mayo de 2013

Conocer Sevilla.


En la entrada del 6 de marzo de este año escribía sobre los talleres de "Conocer Sevilla" impartidos desde los Centros Cívicos del Ayuntamiento y a los que asistí entre 1997 y 2001. Para no aburrir a los lectores, solo voy a contar tres curiosos detalles que normalmente pasan desapercibidos para la mayoría de los visitantes, pero que nosotros tuvimos la oportunidad de conocer gracias a la amabilidad y preparación de nuestros guías, jóvenes licenciados en Historia del Arte.


Puertas acodadas.- En en siglo XII, constituida en capital del Imperio Almohade, Sevilla vivió su mayor periodo de esplendor, alcanzando su núcleo urbano la máxima extensión amurallada. Las puertas de esas murallas eran acodadas, o sea, dobles y dispuestas como sistema defensivo en ángulo recto, evitando así por ejemplo, que una hueste de caballería pudiera irrumpir en el interior de la ciudad. Pero con la llegada de la pólvora y las armas de fuego, tal diseño dejó de tener sentido, puesto que los muros podían ser derribados a distancia. Entonces el amurallado se acondicionó como baluarte para, en caso de asedio, poder responder al ataque con el mismo material de guerra.

Ya el el siglo XVI, durante el reinado de Felipe II, se derribaron la antiguas puertas con la excepción de la llamada de Córboba, que aún continúa en pie, y se construyeron unas nuevas, suntuosas y funcionales para el tránsito de personas y carruajes. Pero en el siglo XIX, y a causa de los planes de ensanche de la ciudad, como supongo que sucedió en otras localidades españolas, no se les ocurrió a los munícipes de la época otra cosa que derruir la casi totalidad de las murallas, sin respetar siquiera aquellas magníficas puertas, salvo la del Postigo del Aceite y el llamado Arco de la Macarena. Tal barbaridad privó a Sevilla de un importante conjunto arquitectónico. Esas antiguas puertas solo se conocen en la actualidad por fotografías o maquetas, aunque las zonas urbanas donde se erigían conservan sus nombres originales, como por ejemplo: Puerta Real, Puerta de Jerez, Puerta de la Carne, Puerta de Carmona o Puerta Osario entre otras.


El Alcázar.- Debajo de la cornisa de la puerta de entrada al palacio de Pedro I, el Cruel (o el Justiciero, según sus partidarios), por el Patio de la Montería, hay una cartela de la época donde figuran los datos de la edificación, que se remonta al año 1402, pero tal fecha se refiere a la Era Hispánica o del César que regía entonces, pues la Corona de Castilla, a la que pertenecía el Reino de Sevilla, no se ajustó a la aún vigente Era Cristiana hasta 1421. Para hacerlo, restaron  los 38 años que había de diferencia entre una y otra, volviendo a 1383, por lo que ese 1402 se correspondía con el 1364, según la nueva forma de contar los años. Curiosamente, hubo un momento en la Historia donde por ejemplo, en Sevilla decían vivir en 1402 y en Zaragoza en 1364, pues el Reino de Aragón se sumó antes que el de Castilla a la Era Cristiana. Y para qué hablar del Reino Nazarí de Granada, que contaban los años por la Era Islámica. Espero haberlo explicado bien.

Convento de Santa Paula.- En el compás de este convento de Monjas Jerónimas desde su fundación en el siglo XV, hay una portada ojival por donde se accede a la iglesia, construida con hiladas alternadas de ladrillos bicolores y decorada con bajorrelieves y bella azulejería, obra del ceramista italiano Niculoso Pisano. Bajo la ojiva y labrado en mármol, se muestra el escudo de los Reyes Católicos acompañado por las inscripciones de su lema y símbolos.
La curiosa y significativa diferencia de este escudo de 1504 con respecto al actual, radica en que faltan las cadenas que representan el Reino de Navarra, ya que este territorio no formó parte de la Corona hasta 1512; pero en cambio sí figura el Reino de Sicilia, que entonces pertenecía a la Corona de Aragón.


Azulejos cevantinos.- Por una reciente visita al convento de Santa Paula ya comentado, he considerado oportuno citar el azulejo situado en una mansión situada frente al mismo, donde puede leerse que allí moraron Isabela y sus padres, personajes de una de las Novelas Ejemplares de Miguel de Cervantes: "La española inglesa". En realidad estos azulejos, a la vista de cualquier paseante, son muy abundantes en la ciudad y están repartidos por los distintos edificios y lugares céntricos que Cervantes mencionó y utilizó como escenarios en buena parte de su obra literaria.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Endoscopia



Es esta una entrada imprevista, extraña a la trayectoria de este blog, pero que considero oportuna incluir, por si mi caso sirve de experiencia y remedio a otras personas que puedan sufrir la misma dolencia. Se trata de un reciente quebranto personal de salud poco habitual, al menos yo no conocía ningún antecedente, que paso a relatar a continuación.

Al mediodia del pasado viernes día tres, me deleitaba yo comiendo un exquisito puchero, que llamamos en Sevilla a una combinación de sopa de fideos con algunos garbanzos como primer plato, y un segundo con la popular pringá.  En ese caso, ésta última estaba compuesta por carne de ternera y de pollo, tocino y jamón. La estaba ingiriendo cuando noté unas repentinas molestias al beber y unas náuseas  que me precipitaron a vomitar.

Desde ese preciso momento comenzó mi suplicio y la preocupación de mi mujer, que persistió hasta el martes día siete, cuando recurrimos al Servicio de Urgencias del Hospital Virgen del Rocío. En todo ese tiempo no pude ingerir ningún tipo de alimento, incluso el agua era vomitada. Al final solo toleraba unas pequeñas dosis de agua con limón y bicarbonato, pero siempre sufriendo un dolor en el esófago que se extendía hacia el lado izquierdo. La visitas previas al médico de urgencias del centro médico que me corresponde o al titular de familia, no sirvieron de nada. Durante esos días sufrí el martirio del hambre, la sed y el dolor.

Desde que nos personamos en el Virgen del Rocio fuimos tratados con amabilidad y eficiencia por parte de su plantilla, desde la persona que nos atendió en Admisión hasta los médicos protagonistas de mi cura. Cuando me atendió el especialista en aparato digestivo y respondí a sus preguntas, ya intuyó de qué se trataba. Me dijo que había corrido un serio peligro e inmediatamente solicitó una analítica de sangre, que me pusieran una vía intravenosa y me hicieran una radiografía de la parte superior del cuerpo. Recibidos los resultados dictaminó que me hicieran una endoscopia.

Conocido el informe, en la sala de endoscopias me recibieron amablemente y con humor: ¡Vaya con el jamón! y seguidamente me tumbaron de lado en una camilla y una enfermera me anestesió la garganta con un aerosol. Bueno, me dijo que sabía mal, pero que no me iba a dormir, solo quedaría un poco "atontolinao", a lo que respondí que ese era mi estado habitual, por lo que riendo me contestó que entonces sería necesario aplicar una dosis mayor.

Se personó un cirujano antes de que me introdujeran la sonda por la boca para dirigir la operación, quien de nuevo me consultó los detalles y desde cuando estaba así. Cuando le dije que desde el pasado viernes, porque apuré al máximo para darle a urgencias su sentido, me respondió que ¡eso era una urgencia! y que corrí el riesgo de una perforación de esófago y hubiera entrado en estado crítico. Triste recuerdo y experiencia, ya que mi nietecita Victoria falleció en el 2011 a los ¡20 meses! por fisuras en el esófago en una prueba quirúrgica

¡Que adelantos! Comenzó el sondeo y yo veía en pantalla la exploración interna y cómo un bolo alimenticio me obstruía el estómago, tuvieron que extraerlo por la boca en tres molestas y seguidas sesiones. En la última, si una enfermera no me coge las manos me saco el aparato de la boca. Nada más terminar me dijeron ¡ya puedes hacer vida normal!. Me sentí renacer. Supongo que si a quienes continuan dormidos tras una operación trasladan siempre a la llamada sala de despertar, a mí que solo estaba "atontolinao", me llevarían a la de "desentontolinar". Pasó por allí el cirujano y me salió de dentro decirle: ¡Son ustedes unos artistas!.

Enseguida entró mi mujer y fue emocinante, pues después de varios días de sufrimiento con esos síntomas toda la familia pensaba en un caso de gravedad y al final todo quedó en una larga pesadilla. La parte positiva es que perdí casi cuatro kilos por la forzada dieta y que me vi en pantalla el esófago, el estómago y hasta el duodeno, órganos todos que no precisan reparación. De negativo tiene que ahora como bajo vigilancia intensiva, cada vez que pruebo bocado, mi mujer salta con un: ¡Mastica!. Sí, ya tengo cuidado, porque no apreciamos el martirio que significa no poder beber ni un vaso de agua a gusto, que fue lo primero que hice cuando tuve ocasión.

En la página WEB de Virgen del Rocio hice constar nuestro agradecimiento, porque entiendo que lo mismo que se denuncian (y debe hacerse) los casos de incompetencias médicas, también es justo elogiar la profesionalidad, como ha sido el caso de mi estancia e intervención allí.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Monasterio de Sto. Domingo de Silos, 2



Una vez en el pueblo nos entretuvimos con alguna compra o paseo hasta la hora de comer, que ese día haríamos en un restaurante. Era debido a que por alguna causa excepcional, también  la comunidad de monjes tenía una comida de confraternidad en el exterior. Aprovechando que eramos muy pocos hospedados en esa fecha, nos lo había pedido previamente el hermano Moisés, quien nos indicó que quedaría abierta la puerta pequeña de la hospedería, a fin de que tuvieramos libertad de entrar y salir durante su ausencia.

Después de comer, mi amigo y yo entramos en el monasterio, pero antes de subir a nuestras celdas pensamos permanecer un rato en la zona porticada, pues sabíamos que las circunstancias de contemplar ese claustro románico de doble planta en su soledad y silencio, con su esbelto ciprés que llaman el Dedo de Dios, nevado y nevando, serían irrepetibles para nosotros (al menos para mí lo han sido y ya han pasado ¡17 años!). Recuerdo que comentabamos que la experiencia resultaba sobrecogedora, por la profunda sensación de paz interior que recibiamos, no exenta de cierta angustia.
  
Yo acudía con frecuencia a los oficios religiosos por el simple gozo de escuchar en directo el Canto Gregoriano. Como el templo donde se entona el mismo estaba en el lado opuesto de la zona de hospedaje, una noche avanzaba yo en solitario por un amplio pasillo interior con idea de asistir a Completas, el último ritual de la jornada, que tiene lugar desde las 21,30 a las 22 horas, oficio que me gustaba especialmente por su intimidad, ya que solo estaban presentes los monjes y algún residente. En el trayecto comprobé que las luces se iban apagando a mi espalda y a la vez se encendían a medida que avanzaba. Como contraste a las horas diurnas durante las que puedo llegar a ser incluso atrevido, como en el recorrido por el Desfiladero de La Yecla que contaba en el capítulo anterior, la combinación de la oscuridad, soledad y silencio, me hacen sentir un miedo irrefrenable, para qué negarlo. En esa situación dudaba entre seguir o regresar a la celda, pero como la distancia ya era más o menos la misma, decidí continuar. El momento crítico fue cuando aparecí en el solitario claustro, que estaba nevado e iluminado con una luz tenue. Lo crucé corriendo sin volver la vista a ningún lado y llegué por fin a la iglesia. ¡Qué alegría sentí al encontrarme en la compañía de los monjes! Hasta ese canto un tanto lúgubre y más a esas horas, me resultaba tan alegre como unas sevillanas. Ya esperé para regresar en silencio con ellos, pues algunos tenían sus celdas próximas a las nuestras.

Quizá porque el deleite de escuchar de nuevo ese canto fuera superior al miedo que sentía al tener que cruzar otra vez el recinto en solitario después de la cena, o porque fuera acompañado, que es lo más posible aunque no lo recuerde,  lo cierto es que a la noche siguiente repetí la experiencia. Tampoco me explico por qué llegué o llegamos tarde, cuando ya los monjes venían de recogida por los porticados del claustro, desfilando en silencio, con la capucha echada, la cabeza baja y los brazos cruzados dentro del oscuro hábito para protegerse del intenso frío. Escena imponente que me recordó de inmediato la película "El nombre de la rosa".

Cuando terminaron aquellos días de temporal, dejó de nevar y las carreteras se hicieron más seguras para el tráfico, mi amigo y yo nos despedimos de algún compañero de alojamiento, del amable monje que nos servía la comida y con un mutuo y afectuoso abrazo del bondadoso hermano Moisés, quién nos despidió en  el portalón de la hospedería y la zona de cultivo. Fue entonces cuando emprendimos el camino de retorno a Sevilla, dejando atrás una vivencia inolvidable.

Desde aquella experiencia, recuerdo a veces al tan citado hermano Moisés, sobre todo porque nos dijo en una ocasión que él era ¡FELIZ! (además  lo parecía) con la vida que había elegido, austera, disciplinada y dedicada a la oración y al trabajo (Ora et Labora, el lema de su orden). Afortunado él, que de alguna forma, había alcanzado la meta de todo ser humano.



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