sábado, 1 de octubre de 2016

Desde Venecia a Estambul, 3.


Viernes día 3 de julio de 2015, 14:00 horas. Llegada a Santorini desde Corfú. 398 millas recorridas. 24 horas de navegación.

Es Santorini una isla griega de origen volcánico, perteneciente al archipiélago de las Cícladas.


Su puerto principal,  Athinios no reúne las condiciones necesarias para atracar los grandes buques, por lo que fue preciso fondear a cierta distancia y establecer un servicio regular de lanchas motoras para el traslado de pasajeros.

Como el dolor que venía sufriendo mi mujer en el pie derecho no cedió en ningún momento y además había que transbordar con cierta dificultad a las lanchas, optó por quedarse en el barco, en tanto yo me llegaba, al menos, para conocer  Fira, la población capital de la isla.


Fira se encuentra encaramada a considerable altura en el borde de una zona acantilada, justo detrás del puerto. La vista es impresionante. Para llegar a la cima existe una carretera escalonada o un funicular.

Por la carretera solo se puede subir a pie, lo que requiere tiempo y excelente preparación física, o bien un tradicional servicio de burro-taxis, que utilizaron numerosos pasajeros.

Como hubiera invertido demasiado tiempo en la caminata (además, quizás ni lo hubiera logrado) y tampoco me apetecía cabalgar yo solo en rucio cual Sancho Panza, opté por la ascensión más rápida y cómoda: el funicular.


Me encantó recorrer sus estrechas, empinadas y pintorescas calles, repletas de turistas, de tiendas y servicios de restauración. Visité lo que parecía un importante templo ortodoxo. Contemplé desde lo alto la espectacular panorámica y regresé al barco.

A las 20:00 horas zarpamos con rumbo a Atenas. Por babor pasamos muy próximos a un islote de negros pedruscos de lava. Había allí un solitario yate resguardado en una pequeña ensenada. Ese entorno tan apacible y solitario al atardecer nos transmitía un extraño sentimiento, como una mezcla de serenidad y angustia; sentimiento que no sé expresar con mayor precisión.

Continuamos navegando por el mar Egeo, con aguas en calma y de un azul intenso, coronadas por pequeñas olas rizadas de espuma blanca. Luego nos dijeron que esos colores representan las bandas y la cruz de la bandera griega; cruz que además simboliza el cristianismo ortodoxo.

Sábado 4 de julio. A las 7:00 horas, llegada al puerto del Pireo, desde Santorini. 127 millas recorridas. 11 horas de navegación.

A pesar de mi habitual interés por la Geografía, confieso que estaba confundido con El Pireo. No sé por qué, siempre supuse que se trataba poco más que del importante puerto que, desde la antigüedad, sirve de conexión por mar a la cercana Atenas y me encontré con una populosa ciudad de unos 185.000 habitantes.

La oferta de excursiones programadas era muy variada. En nuestra situación precisábamos elegir la opción más cómoda y sacrificar, tal vez, la más  interesante. En ese caso, elegimos: “Recorrido panorámico de Atenas en trenecito”.

Partimos en autobús acompañados por una amable guía griega, quien en un fluido español nos iba explicando todo el entorno, en especial cuando pasamos por el puerto naval de Zea, cuyo origen se remonta a los tiempos de Temístocles y las guerras contra los persas.


Hicimos parada en los aparcamientos de la Acrópolis, para pasear o permanecer un tiempo limitado por los alrededores del Partenón, que se divisaba en la cima pero muy cercano, hasta tal punto que me llegué hasta los Propileos: construcción de la misma época, que da acceso al mismo por la parte occidental.


Allí subimos al trenecito. Vehículo diseñado para recorrer la Plaka, como llaman al centro histórico, incluso serpentear por la calles estrechas. Al final, en cualquier caso, nuestra elección resultó un acierto.


Terminamos el trayecto en una zona de la Plaka cercana al Arco de Adriano. Dispusimos de un tiempo libre y allí volvió el autobús a recogernos, para regresar al barco. Pasamos por Glifada, el barrio suburbial más grande de Atenas. En todo momento la guía nos iba dando precisas explicaciones.

Disfrutamos de nuestra visita a Atenas y sentimos respeto y admiración, al contemplar los monumentos antiguos de esa ciudad, cuna de nuestra civilización.

A las 13:00 horas zarpamos con rumbo a Estambul, pero esa singladura queda ya para un próximo capítulo, con el que daré término al relato de este viaje. 

lunes, 25 de julio de 2016

Desde Venecia a Estambul, 2.


Miércoles día 1 de julio de 2016, a las 8:00 horas, llegada al puerto de Split desde Venecia. 232 millas recorridas. 15 horas de navegación.

Antes de iniciar el crucero, nos habían recomendado elegir Dubrovnik en vez de Split, también en Croacia, pero, en ese caso, no visitaríamos después Atenas, así que a Atenas dimos preferencia.


En cualquier caso, Split, capital de la Dalmacia, me sorprendió gratamente.  Es una importante e histórica ciudad, pues fue cuna del emperador Diocleciano, por lo que, entre otros monumentos, conserva una importante fortificación de la época, custodiada como atracción turística por centinelas ataviados como legionarios romanos.

Mientras yo hacía un limitado recorrido por la zona céntrica, donde también se celebraba un pintoresco, variado y bien abastecido mercado al aire libre, mi mujer me esperaba sentada en una zona concurrida cercana al puerto.

En esa ocasión, cuando regresé, la encontré temerosa por el extraño comportamiento de un hombre que pasó, se quedó mirándola, regresó y se sentó a su lado manipulando el móvil y con disimulo la enfocaba. Nada delictivo se podía probar pero lo cierto es que se marchó nada más que aparecí. Esa sospechosa situación nos sirvió de aviso para permanecer juntos en adelante y procurar, para mayor seguridad, la proximidad de otros pasajeros.


Seguidamente embarcamos y a las 13:00 horas de ese día, partimos con destino a Corfú, una de las islas griegas del archipiélago de las Jónicas. Navegábamos costeando Croacia y después Albania. No tenía previsto que vería amanecer por las costas albanesas. Me hizo ilusión tal vivencia. No me conformé con mirar la salida del sol por el portillo del camarote, sino que subí al puente 11, cubierta exterior, para contemplar y fotografiar el espectáculo natural.


Jueves día 2 de julio, a las 8:00 horas llegada al puerto de Corfú, desde Split. 299 millas recorridas. 19 horas de navegación.

Esa mañana nos sumamos por primera vez a una excursión programada. Elegimos la opción que precisaba de menor caminata.


Viajamos en autobús al pueblo turístico de Paleokastritsa. Visitamos la iglesia de su histórico monasterio ortodoxo. La guía, aparte de la explicación artística y respondiendo a alguna pregunta, nos explicó las principales diferencias entre la religión ortodoxa y la católica: en aquella, los sacerdotes pueden casarse, incluso divorciarse hasta en dos ocasiones. No así los monjes ni prelados, quienes son célibes. No rinden culto a esculturas, que consideran sacrilegio. Esas son las más notorias y curiosas variantes que recuerdo. Expongo esto como mera curiosidad, pues siguiendo el espíritu de este blog, no entro en valoraciones religiosas, ni políticas llegado el caso.


Continuamos hasta el entorno del pueblo de Kanoni, para contemplar maravillosas vistas de su bahía. Durante el recorrido disfrutamos de un paisaje accidentado y con una flora típicamente mediterránea. Abundan en Corfú los pinos y olivos. Son muy numerosas las bellas calas de aguas cristalinas. La isla está muy próxima a Albania, cuyo litoral se puede divisar a simple vista.

Finalmente llegamos a la capital, también llamada Corfú (Kerkyra en griego). Los ingleses la ocuparon unos años en el siglo XIX, pero fueron los franceses quienes seguidamente permanecieron por más tiempo y dejaron una notoria impronta en su interesante arquitectura. Asistimos a alguna visita prevista y después disfrutamos de tiempo libre para el descanso o realizar compras por su típica área comercial.



Previamente a la entrada de la ciudad, la guía nos mostró una gran explanada urbanizada. Nos comentó que era la plaza más extensa de Europa (con los modernos medios de consulta, he comprobado que no es tal, pero sí es cierto que figura entre las de mayores dimensiones).

En esta ocasión referiré una anécdota de final divertido que me ocurrió: a poco de iniciar la marcha desde el autobús a la ciudad, caminaba yo con mi natural abstracción, aumentada por la atención prestada a la cámara fotográfica. Tropecé de forma aparatosa con un bolardo. Por lo visto, el traspié resultó cómico, aunque conseguí mantener el equilibrio.

Escuché reír a mi espalda. Algo habitual en estos casos, pero habitual es también, que el afectado desaparezca de escena sin mirar atrás. No tuve esa posibilidad, porque acompañaba a mi mujer y además, la emisora de la risa, se acerco solícita y amable para socorrerme. Era una simpática señora italiana acompañada de su marido.

Cuando comprobó que no sufrí más daño que un pasajero dolor en el pie, bromeó y me aconsejaba mirar al suelo en adelante y cuidar de no repetir esas patadas. Siguiendo su línea de humor y entendiéndonos como pudimos entre italiano y español, le comenté que lo veía difícil, pues con el paso de los años había adquirido la manía de patear todos los pivotes que se oponían a mi paso.

Finalizada la excursión, regresamos a los autobuses para llegar al puerto. Pasados los controles de rigor (el buque aplicaba siempre el suyo propio), embarcamos para zarpar a las 14:00 horas con destino a Santorini. Pero esa singladura queda ya para el próximo capítulo.


miércoles, 27 de abril de 2016

Desde Venecia a Estambul, 1.


Como por ahora no se me ocurren otras vivencias que contar, continuaré con los viajes. En todo caso, estos relatos me sirven de entretenimiento y recordatorio.

En esta ocasión se trata de un crucero; crucero que realizamos mi mujer y yo en el verano del año 2015.

Por fatal coincidencia, poco antes de iniciar el viaje, mi mujer estaba aquejada de fuertes dolores en un pie, lo que parecía un ataque de gota. Como una vez fijado y abonado todo, para que te devuelvan el importe del viaje, a pesar del pago de un seguro de cancelación, tienes que presentar poco menos que un acta de defunción, no creímos oportuno gestionar un aplazamiento y nos pusimos en marcha.

Tan adversa situación no impidió el disfrute de la singladura, pero, como iré contando, si la contrarió en notable medida, especialmente durante las excursiones.

Aparte de mencionar el feliz recibimiento y encuentro con mis sobrinas Charo y Encarna y mi sobrino Julio y su mujer en Madrid, donde llegamos el domingo día 28 de junio procedentes de Sevilla, para abreviar el relato y hacer la lectura menos tediosa en lo posible, no entro en más detalles de desplazamientos, ni incluso en la parte más ingrata de los mismos: los trámites, esperas y necesarios controles en los aeropuertos.

Me sitúo así directamente en nuestra llegada al día siguiente a Venecia,  a nuestro barco. Se trataba del Costa NeoClassica, de la compañía genovesa Costa Cruceros.

Serían como las 4 de la tarde. Estábamos hambrientos, sin ingerir nada desde un temprano desayuno. Nos preguntábamos que nos tendrían preparado para comer a hora tan tardía. Para nuestra sorpresa, en el restaurante llamado La Trattoria, nos obsequiaron con un bufé de lo más variado y apetitoso.


Como viajábamos con tarjeta MAIN, o sea, paquete de bebidas incluidas (salvo excepciones), nos servían en la mesa o retirábamos nosotros las que nos apetecía.


Esa Tarjeta Costa nos sirvió en todo momento como carné de identidad. Asimismo, una vez validada la de crédito personal, también para el pago inmediato de posibles compras a bordo, incluidas las excursiones y la cuota de servicio, sistema que resultaba muy operativo. De no hacerlo así, creo recordar que eran 175 euros por persona los que había que anticipar, para ajustar cuentas al final del trayecto.


Dedicamos parte del resto de la tarde a ordenar el vestuario y conocer el buque. El camarote, muy bien equipado, disponía de vistas al mar como habíamos contratado. Luego comprobamos que mereció la pena pagar un precio superior por esa elección.

Curiosamente, echamos en falta una de las maletas. Bajé a la oficina de información, atendida por personas que hablaban hasta cuatro idiomas, según las banderitas que lucían, aunque el español era el idioma dominante por el número de pasajeros y tripulantes sudamericanos.

La maleta la habían retenido en el control del barco, cuando había pasado repetidamente los de los aeropuertos. Motivo: una pequeña plancha, que mi mujer portaba usualmente. Me indicaron que allí estaban prohibidos esos enseres para evitar toda posibilidad de inicio de incendio por un descuido, causa frecuente en los siniestros marítimos. Quedó confiscada, pero nos fue retornada a su debido tiempo.


Debía resolver otra cuestión. Teníamos asignado el primer turno para la cena: entrada al comedor, en este caso el salón llamado Tívoli, de 19.30 a 20 horas. Para los españoles, en general, ese horario es más propio para la merienda. Así que el maître general, atendió con amabilidad una larga cola y no hubo problemas, nos cambió  a las 22-22,15.

Ese comedor de lujo estaba dispuesto principalmente para el servicio de la cena con reserva de mesas, o bien para el desayuno, pero, en ese caso, limitado desde las 7 a las 8.45 horas y en lugar de libre elección. Había que presentase ataviados con vestimenta formal, incluso elegante en alguna ocasión. Luego me informé por el mismo maître, que a pesar del cambio, cuando nos apeteciera, podíamos cenar en La Trattoria sin previo aviso. No llegamos a hacerlo, porque resultaba cómodo el servicio completo en las mesas, en un ambiente a veces muy animado por determinadas celebraciones.

Mientras mi mujer reposaba su pie dolorido en las hamacas de la zona de piscinas, situadas al aire libre en el puente número 11, aproveché para bajar y recorrer el puerto y así conocer los medios de transporte para desplazarnos a la ciudad a la mañana siguiente. En esa ocasión la visita no sería por excursión concertada.


Todas las tardes nos dejaban en la puerta del camarote el Today hojas informativas en español, para divulgar las actividades diarias de a bordo, las excursiones programadas, o las noticias del puente de mando sobre la singladura.


La mañana del día 30 de junio visitamos Venecia. Llegamos en un vaporetto que hacía el servicio regular entre el puerto y las proximidades de la plaza de San Marco.

Como nota negativa, habíamos escuchado ocasionalmente sobre la pestilencia y suciedad del agua de sus canales. No nos pareció tal. No es que las aguas estuvieran cristalinas, pero si renovadas por el flujo del mar y tampoco apestaban.
Nos pareció una ciudad preciosa. Paseamos por varias calles céntricas. Nos llamó la atención la vistosidad y presentación de numerosos escaparates y el lujo y alto precio de los artículos expuestos.


Aunque son muy conocidas y admiradas las imágenes de la plaza de San Marco, la realidad superó nuestra imaginación, por su espectacular y bella arquitectura.

Como la presencia policial en la plaza unida a la masiva afluencia turística ofrecían seguridad, mi mujer quedó entretenida contemplando el ambiente, mientras yo caminé hasta el puente de Rialto. Después del largo paseo, resulta que lo encontré prácticamente oculto por obras.

Ea, pues, para no extenderme más, ya estamos de nuevo en el barco.

A las 5 de esa tarde, previo simulacro de emergencias equipados con chalecos salvavidas, zarpamos para cruzar el mar Adriático con rumbo a Split, en Croacia.

Continuará…





domingo, 27 de marzo de 2016

Viaje a Nueva York, 4


  
-Sede de las Naciones Unidas.- El lunes 27 de septiembre fue el único día libre de actividades programadas y, curiosamente, el único que amaneció con una ligera lluvia.
Con presteza, un empleado del hotel salió a comprar paraguas para proveer a los hospedados que lo precisaran, como fue nuestro caso.

Aprovechamos desde la mañana temprano, después del desayuno, para caminar en principio hasta la sede de las Naciones Unidas, situada aproximadamente a la altura de nuestra calle, la 45, pero en la Primera avenida, cuando nosotros nos hospedábamos entre la Quinta y la Sexta, por lo que hubimos de dar un largo paseo para llegar.

Estuvimos visitando todo el frontal del edificio, muy colorista por el tremolar de las banderas de todos los países representados, pero no nos fue posible entrar a la zona de visitas permitidas, porque ese día se celebraba algún acontecimiento y las habían clausurado, así que retornamos andando, pero por distinto itinerario, a la zona de la Times Square con idea de llegar hasta la Hispanic Society.


-Hispanic Society of America.- Ese museo fue fundado en los albores del siglo XX por el hispanista neoyorquino Mr. Archer Milton Huntington, quien había recorrido España en varias ocasiones y entablado amistad con los intelectuales y artistas más destacados de la época.

Mr. Huntington dotó a su fundación de un patrimonio artístico de incalculable valor: muestras de arqueología española, esculturas, pinturas de Goya, Velázquez, Zuloaga, Sorolla… y una amplísima biblioteca, con primeras ediciones de Tirant lo Blanc, La Celestina o el mismísimo Quijote.

Dicen que la Hispanic Society es el tesoro mejor guardado de Nueva York. No pudimos comprobarlo por lo que explicaré después, pero sí puedo asegurar que es el más alejado y apartado de todas las rutas turísticas, pues se encuentra en Harlem, nada menos que a la altura de la calle 155.
Además de mi interés por conocer esas obras de arte, pretendía hacerme una foto ante la estatua ecuestre del Cid que preside la entrada, fundida por Mrs. Huntington, esposa del hispanista, ya que en Sevilla  es famosa otro ejemplar de la misma, regalo de la fundación a esta ciudad con motivo de la Exposición Iberoamericana de 1929.

Pues bien, llegamos a la Times Square y me dirigí a un policía local para poner a prueba mi escaso dominio del inglés. Le pregunté por la próxima estación del Metro (Subway) y, para mi sorpresa, ¡hasta me entendió! Me indicó el camino y amablemente me despidió con una “palmadita” en la espalda.

Dentro de las amplias estancias y galerías subterráneas, el problema era cuál de las diferentes líneas de la compleja red, de letras, números y colores nos llevaba hasta allí. Me atreví de nuevo y pregunté en inglés a un joven con aspecto nórdico, pero resultó que me contestó en español, ¡era de Ecuador! A su vez, este joven estuvo haciendo algunas averiguaciones y nos recomendó una determinada línea. Así nos enteramos que lo más fácil para llegar a la calle 155 era apearnos en la estación de la 145, donde llegaríamos en media hora aproximadamente y después de recorrer andando el tramo entre ambas.

Cuando salimos al exterior la lluvia arreciaba. Caminábamos por Harlem a lo largo de lo que seguía siendo avenida Broadway, pero su entorno nada tenía que ver con la misma cuando discurre por el centro de Manhattan.

Cuando llegamos a la calle 155 íbamos “calaos hasta los huesos” a pesar del paraguas. Durante el trayecto hice numerosas e infructuosas preguntas tanto en español como en inglés, pero nadie nos daba una razón exacta, todos parecían ignorar ese museo. Dimos vueltas por los alrededores, sin resultado positivo. Mi mujer ya estaba angustiada y temerosa por la sordidez de algunas calles del entorno. Temor que terminé por sentir cuando, además, pasamos junto a un cementerio solitario en un día como aquel oscuro y lluvioso. Aún así no me resignaba al fracaso y ya de regreso, antes de alejarnos de la zona, insistí en las preguntas con personas de habla española, incluso refiriéndome a una estatua ecuestre de bronce: ¡un hombre montado a caballo, “joé”! Todo resultó inútil; así que, impotentes y defraudados, emprendimos el retorno definitivamente.

Cuando al día siguiente comentamos nuestra “aventura” con nuestro guía y le dimos señales de los edificios que vimos en las cuatro esquinas de la calle, nos indicó que estuvimos prácticamente en la puerta y que la estatua se encontraba en el interior de un patio y no en el exterior como suponíamos. Que si le hubiésemos preguntado previamente, no hubiésemos tenido problemas. Sí claro, de haberlo sabido con antelación, hubiéramos prevenido tal infortunio.


-De compras por Manhattan-Regreso.- En la tarde noche del día 29 y la mañana del 30, hasta que nos recogieron a las 13,30 h. para llevarnos al aeropuerto,  nos dedicamos a pasear como despedida por la Times Square y haciendo las compras de algunos regalos complementarios en los muchos y elegantes comercios de la Quinta y Sexta avenida.
Como es frecuente en todas las ciudades, comprobamos que si coincidían los mismos artículos en el entorno, los precios eran más altos en la zona más afamada y comercial: en este caso la Quinta. Curiosamente, nos alegró como españoles toparnos en la misma, con los almacenes ZARA.

Tras larga espera y los controles de rigor, sobre las seis de la tarde, hora local, ese día 30 despegábamos del aeropuerto J.F. Kennedy con destino a Madrid. Ahora el tiempo corría al revés, las seis horas iban a más. Ese cambio de horario me tenía confundido, hasta el punto que a las cinco de la mañana nos dieron el desayuno y yo comí: ¡un trozo de pollo en salsa (chicken, siempre te ofrecían chicken), un plátano, un yogur y un café! Lo detallo porque sigo sin creerme que yo a esas horas, en mi costumbre alimenticia habitual, pudiera ingerir algo más que no fuera un vaso de agua.

Finalmente, el día 1 de octubre aterrizamos en Sevilla sintiendo la nostalgia de aquella ciudad que nos fascinó y enamoró por su grandiosidad y, sobre todo, por la amabilidad con que fuimos tratados en todo momento. En mi mente ha quedado grabada su distribución urbana, especialmente la planificación reticular de Manhattan. Siempre la recordaremos.


Vale.

lunes, 25 de enero de 2016

Viaje a Nueva York, 3


-Staten Island.- como indicaba en la entrada anterior, aconsejados por nuestro guía Gerardo cuando nos dejó en el extremo de Manhattan junto al mar, entramos en una gran terminal para coger un ferry que une de forma continua y gratuita ese municipio con el de Staten Island. Por la muchedumbre presente pensábamos no contar con espacio en el primer viaje, pero comprobamos que el barco era de grandes dimensiones. Disponíamos de sitio sobrado.

No solo nos motivaba aquella singladura el hecho de “pisar” cada uno de los cinco municipios o grandes distritos que integran la ciudad, sino contemplar lo más cerca posible la Estatua de la Libertad, que no podíamos visitar por estar entonces en restauración. También pasamos muy cerca de Ellis Island, puerta de entrada de millones de emigrantes a Estados Unidos hasta 1924. La llamaron también Isla de la Lágrimas o de la Esperanza, en función del resultado de los controles médicos que sufrían aquellas personas. Quienes presentaban la menor tara o impedimento eran repatriados sin contemplaciones. Se conserva el edificio como un interesante museo.

Dimos unos paseos por las inmediaciones de la terminal de Staten Island, regresamos y cogimos el metro (llamado allí subway) para llegar al hotel.


-Ellen´s  Stardust Diner.- También comentaba en la entrada anterior, que fue el mismo guía citado quién, después de asistir a la Misa Góspel, nos recomendó comer en ese restaurante, esquina calle 51 con Broadway.

En principio nos pareció caro y una comida poco apetitosa para nuestro gusto, pero la sorpresa estaba en que los camareros y camareras, jóvenes señoritas muy compuestas y maquilladas, de forma individual y alternándose, cantaban y se movían a ritmo por el local. Todo un espectáculo. Pasamos una tarde muy divertida.



-Empire State Building.- Nos aconsejaron subir a la hora del crepúsculo, para contemplar el encendido del alumbrado de la ciudad.

Como no teníamos que guardar cola para sacar las entradas, puesto que las había adquirido previamente en el Centro de Visitantes de la Times Square, pensamos llegar con la suficiente antelación, pero no fue así. Solo para llegar a los ascensores tardamos como una hora.

Después, en poco más de un minuto ya estábamos en la zona exterior y acristalada de la planta 86, pero ya era noche cerrada. De todas formas, rodeados de un horizonte de luces la visión era fascinante. Miramos desde todas las perspectivas y durante el tiempo que creímos oportuno.

También nos habían comentado que no merecía la pena pagar el suplemento y aguardar más tiempo para subir hasta la planta 102, así que nos contentamos con las vistas contempladas.

Añadiré que la espera dentro del edificio con unos pasillos acordonados y en con continuos giros, no se nos hizo pesada en exceso por la presencia, junto a nosotros, de varias parejas de jóvenes de distintos países centroamericanos, con quienes mantuvimos una entretenida charla.


-Top of the Rock.- En este caso no había largas colas y sí, subimos por la tarde temprano a la planta 67 de este edificio del complejo  urbano del Rockefeller Center, desde donde se pueden contemplar las mejores vistas del Central Park. También, a lo lejos, se divisaba la Estatua de la Libertad.


-Central Park-Columbus Circle.- Aquella tarde paseamos por la parte sur del parque y sus alrededores. La zona más cercana a  nuestro alojamiento.

Llegamos a la plaza circular llamada Columbus Circle, porque además de su forma, en ella se erige una estatua de Colón sobre una alta columna.

También entramos en el importante complejo comercial situado en la plaza citada. Invitaba a la compra la variada, ordenada  y vistosa oferta de productos expuestos en el mercado de abastos situado en la planta sótano.


-Lincoln Center.- También nos hablaron de ese complejo de edificaciones y de su fuente, situado a la altura de la calle 63 con la 9ª Avenida, así que allí nos desplazamos un atardecer para conocer todo su entorno.

Había sillas a disposición gratuita del público, para sentarnos en el lugar que nos apeteciera de la zona ajardinada. La temperatura era deliciosa, así que nos aposentamos en espera de ver la fuente en funcionamiento.

Cuando empezaron a elevarse los surtidores de agua vimos que alcanzaban escasa altura. La fuente no tendría más de tres metros de diámetro. Me acerque a ver el programa de funcionamiento y estuvimos esperando algún juego espectacular de luces y chorros de agua, pero poco variaba. Resultó como la fábula del “Parto de los montes”. Cualquier ciudad europea cuenta con surtidores más espectaculares que aquél.

Cuento esto como una sorpresa anecdótica y no como crítica. Pues me queda claro que si esa ornamentación urbana formara parte de la cultura neoyorquina, contarían con las fuentes más grandes y espectaculares del mundo, en consonancia con la grandiosidad de la ciudad.

Compensamos el entretenimiento contemplando el ambiente de la Filarmónica y el elegante público que entraba en la Ópera, ya que ambas instituciones se sitúan en aquella plaza.

De camino al hotel bajando por la 9ª Avenida compramos un refresco de cola en uno de esos vasos de cartón cerrado con su cañita para mi mujer y para mí una lata de cerveza, para ir tomándolo por la calle como era frecuente ver, incluso comiendo cuando era preciso. Pero en mi caso me pareció “puritano” que la lata la introdujeran en una bolsa de papel para que no se viera que contenía una bebida alcohólica. Puritano e hipócrita, porque no era yo el único transeúnte con la bolsa. Además, en las terrazas de los bares y restaurantes situados a lo largo de las aceras de la avenida, se veían numerosas botellas de vino y vasos de cerveza.

Antes de llegar a la zona de la Times Square y Broadway atravesamos algunas calles poco iluminadas y con grandes montones de bolsas negras de basuras, en las que algunas personas buscaban materiales de reciclado para su venta. Ese trayecto, los dos solos y de noche, nos resultó algo inquietante, a pesar de que el turismo está protegido  en aquella zona con una fuerte presencia policial.

Pues nada, hasta la próxima entrada, con la que quedará finalizado el relato de aquel inolvidable viaje.