miércoles, 18 de diciembre de 2013

Los Arribes del Duero... (2008)


        

Desde la tarde del día 8 a la mañana del 11 de julio del 2008, repetimos El Grupo la estancia en el pueblo zamorano de Fermoselle para gozar de nuevo de las apacibles tertulias nocturnas hasta la madrugada, sentados en las terrazas de los bares-restaurantes de su Plaza Mayor y proximidades, así como conocer con más detalle el Parque Natural de Los Arribes del Duero, que tanto disfrutamos el año anterior. Después seguiríamos nuevas rutas, algunas programadas y otras a la aventura.


Durante una de las paradas en nuestros recorridos diarios, junto a la presa del embalse de Almendra, en la provincia de Salamanca, uno de los de mayor capacidad de España, tuvimos la oportunidad de contemplar el vuelo en planeo circular de una pareja de cigüeñas negras, aves de escasa población y esquivo comportamiento. Anidaban en los roquedales del cañón de Los Arribes, siempre alejadas de la presencia humana.


Para variar, en aquella ocasión embarcamos en el catamarán que parte del muelle de Miranda do Douro y que navega en dirección norte, a la inversa que hace el de la orilla española de Aldeadávila de la Ribera. También nos pareció espectacular el panorama del cañón del Duero por esa zona, aunque tal vez algo menos agreste que el contemplado el año anterior.


Terminada la singladura y amarrada la embarcación, los tripulantes nos sorprendieron con una exhibición de un búho real. El ave, amaestrada, volaba de uno a otro mediante llamadas y señuelos. La señorita que nos sirvió de guía, que aparece en la foto con el animal posado en su brazo protegido por un guantelete, nos informó que ese tipo de actuaciones estaban prohibidas en Portugal, pero aquel búho había nacido en España y como “ciudadano” español, le aplicaban nuestras leyes, más permisivas en estos asuntos. Puesto que el animal parecía bien cuidado y “feliz”, no tuvimos más remedio que reírnos y tomar la situación como una anécdota esperpéntica.

En Fermoselle, donde residía, conocimos al dueño del otro catamarán que parece que completaba ese tipo de embarcaciones turísticas por la zona, pero de mucho menor tamaño, solo 16 plazas. Además, en ese caso, el itinerario, la hora de partida y el precio se podía pactar previamente con el mismo, en función del número de pasajeros. Nos comentaron también que, por las reducidas dimensiones de la embarcación y el conocimiento del patrón, se podía acceder a los lugares más recónditos. Estuvimos tentados de apuntarnos a esa nueva expedición, pero finalmente desistimos por considerar que ya teníamos suficiente con nuestras dos navegaciones.


Viajamos hasta Zamora, ciudad monumental, histórica y muy limpia. También nos llegamos a uno de sus principales pueblos: Toro, donde visitamos su colegiata y paramos para bien comer y a precio razonable en uno de los numerosos restaurantes con terrazas en su bella y porticada Plaza Mayor. Municipio también conocido por sus afamados vinos.

El día 11 de julio continuamos la ruta con destino a Las Médulas, pedanía del municipio de Carucedo, en la provincia de León, donde previamente habíamos reservado hospedaje para dos noches. Nuestro proyecto era recorrer las minas de oro a cielo abierto de su entorno, explotadas en tiempos de los romanos, consideradas Monumento Natural y declaradas Patrimonio de la Humanidad en 1997. 

Añadiré como anécdota que, ya avanzado el trayecto, mi cuñado, Eduardo, programó el GPS con la opción de la ruta más corta. Obediente el THONTON, que esa era la marca del aparato, nos llevó campo a través, creo que por caminos forestales o cortafuegos. En todo el trayecto, solo nos encontramos con alguna colonia de niños que parece que estaban de campamento, quienes miraban atónitos como circulaba por allí un coche con matrícula de Sevilla.


La parte positiva de aquel camino es que pudimos contemplar un bello paisaje, casi virgen. La negativa es que, ocurrió como es frecuente en esos casos, que la ruta más corta no se corresponde con la más rápida. Por lo que, aun enlazando al final con una carretera principal, hasta avanzada la tarde no llegamos al primer pueblo con servicios de restauración: Casaio, en la provincia de Orense. Naturalmente, a esa hora no encontrábamos donde comer. Afortunadamente, en el Bar Restaurante CALVI (expongo el nombre como recuerdo y agradecimiento) se apiadaron de aquellos cuatro locos famélicos y nos prepararon una comida de circunstancias, a base de productos de su propio huerto y algunos fiambres o huevos fritos. Incluso la persona mayor de la familia, un venerable señor de unos 90 años nos quiso conocer porque hizo la "mili" en Sevilla. Hasta nos ofreció una botella de orujo casero. Fueron muy amables con nosotros.

Finalmente, al anochecer de ese mismo día alcanzamos la meta de nuestra segunda etapa en Las Médulas, comarca del Bierzo (León).

Una vez llegado a este punto compruebo que, por más que quiera resumir, queda mucho por contar de aquel largo recorrido, en consecuencia, para no hacer tedioso el relato, he decidido dedicar ésta y las dos entradas siguientes al mismo, conforme a las tres paradas fundamentales en que lo dividimos.




viernes, 29 de noviembre de 2013

De Los Arribes a La Vera. (2007)


Era el verano del año 2007 cuando acordamos El Grupo, en principio, viajar hasta el pueblo zamorano de Fermoselle, donde permanecimos desde el 4 al 7 de julio, para recorrer el Parque Natural de Los Arribes del Duero. Por ese territorio, de una longitud de más de 100 kilómetros fluye de norte a sur el río Duero, que hace de frontera entre el oeste de las provincias de Zamora y Salamanca con Portugal. Discurre encajonado entre farallones de granito, que en algunos puntos alcanzan los 200 metros de altura. La corriente está regulada por numerosos embalses y presas para la producción hidroeléctrica.


Aparte del interés turístico por lo pintoresco del paisaje o sus típicos pueblos, como un reclamo más, por el río navegan catamaranes a modo de mini-cruceros, que parten tanto de la orilla española como de la portuguesa y que permiten a los visitantes contemplar su abrupto cañón, de una belleza espectacular. En aquella ocasión decidimos embarcar en el muelle cercano a la playa fluvial de El Rostro, del municipio de Aldeadávila de la Ribera (Salamanca), para llegar hasta la presa del embalse y volver, en una singladura de algo más de hora y media.

Por la información que tengo, la menor altitud de la zona con respecto a la fría meseta, es la consecuencia de un microclima con temperaturas suaves en invierno, que permite el desarrollo de una flora típicamente mediterránea y el cultivo del olivo, el naranjo y el limonero.


El municipio de Fermoselle se asienta sobre un lecho granítico que a veces aflora y sirve de base a los muros de algunas viviendas. Su trazado es irregular, con frecuencia empinado y como típico pueblo castellano-leonés, cuenta con numerosas casonas de piedra. También las ruinas de un castillo cercanas a la Plaza Mayor. Pero quizás su mayor atractivo urbano resida en las numerosas bodegas horadadas de antiguo bajo las casas a considerable profundidad y distribuidas en diferentes huecos, con una entrada a nivel del suelo en las fachadas por donde arrojar las uvas (hay visitas guiadas a algunas de ellas). Es asombroso cómo pudieron labrar esas estancias en el granito con un herramental rudimentario.

En la Plaza Mayor y en una de sus bocacalles se situaban varios bares-restaurantes con terrazas, algunas concurridas hasta altas horas de la madrugada en un ambiente de serenidad, justo el que precisábamos para la cena, el reposo y la tertulia tras las agotadoras jornadas de desplazamientos. Era curioso ver cómo los propietarios de estos bares, aprovechaban hasta los huecos entre los contrafuertes de un lateral de la iglesia parroquial para instalar algunos servicios de mesas.


Ya la primera noche mantuvimos una charla amigable con uno de los dueños de esos establecimientos (Aníbal), quien precisamente nos mostró la bodega de su casa, que se encontraba muy próxima. Nos ofreció a catar varios de sus vinos. Bajamos diferentes niveles. Por la ventana de uno de ellos, que asomaba a un talud, pudimos contemplar unas casas colgadas de forma parecida a las de Cuenca y la belleza de un cielo totalmente estrellado. Pero aquel ambiente subterráneo en la madrugada, silencioso (aparte de nuestra tranquila charla), lóbrego, pues aunque había luz eléctrica era de escasa potencia, nos hizo vivir un momento intenso, inolvidable, pero hasta cierto punto tenebroso. Nuestras mujeres, muy impresionadas, no probaron el vino.


Dedicamos los días siguientes a viajar por todo el contorno, tanto por el lado portugués como el español. Caminábamos hasta algunos de los miradores para contemplar el paisaje. También bajamos hasta Ambas Aguas, punto donde desemboca el río Tormes en el Duero. Como pueblo destacaré a Miranda do Douro, en Portugal, por su conjunto arquitectónico y un comercio variado y concurrido por turistas, principalmente españoles.


El día 7 de julio (¡San Fermín!) por la mañana partimos con idea de recorrer la Sierra de la Culebra, famosa por ser la comarca con la mayor población del lobo ibérico en España, pero al no encontrar alojamiento adecuado, seguimos hasta bordear el Lago de Sanabria y visitar el municipio de Puebla de Sanabria, bello pueblo con una interesante arquitectura y numerosos balcones cubiertos de macetas con flores. Al atardecer continuamos el viaje para pernoctar en Benavente, otro de los pueblos que nos resultó atractivo. El más importante de la provincia de Zamora.

Tras el desayuno del día siguiente, iniciamos de forma pausada la ruta de regreso. Hicimos parada en Ledesma (Salamanca), otro conjunto histórico con un importante Castillo y un famoso balneario. A continuación visitamos Candelario, en la misma provincia, enclavado en la Sierra de Béjar y con un trazado de calles empinadas y pintorescas donde es frecuente que por algunas de ellas fluya el agua por estrechas acequias.

Desde Candelario seguimos al Barco de Ávila y continuamos circundando la agreste Sierra de Gredos hasta llegar a Arenas de San Pedro, ambos importantes pueblos de la provincia de Ávila, con una interesante e histórica arquitectura. Seguidamente viajamos por el Valle del Jerte, ya en Extremadura para alojarnos en Jerte, pueblo que da nombre al río y al pintoresco valle, famoso por la floración de los cerezos a principios de la primavera y la calidad de su fruto. Por la noche cena apetitosa y charla amena en un chiringuito a la orilla del río y hospedaje en la Hospedería del Jerte.

Las ventanas de nuestras habitaciones se situaban a la trasera de la hospedería, justo unos metros por encima del cauce del río. Cuando fuimos a dormir, mi mujer y yo decidimos en principio dejar la ventana abierta, por la creencia popular de que el ruido de las cristalinas aguas (aunque de escaso caudal en verano) serpenteando entre las piedras sería arrullador, adormecedor y conseguiríamos conciliar un plácido sueño. Pero…, sí, sí, eso ocurrirá en las novelas pastoriles. Nuestra experiencia fue que un rato estaba bien, pero que luego ese sonido se tornaba en un ruido molesto que nos mantenía insomnes, así que terminamos por cerrar la ventana y dejarnos de ambientes bucólicos.

Ya entrada la madrugada, me despertaron unos ruidos en la puerta de la habitación, como si la estuvieran forzando. Ciertamente me asusté, di un respingo y voceaba “¡Quién es!, ¡Quién es!” A mis gritos también despertó alarmada mi mujer. Corrí y abrí la puerta, más por dignidad que por valentía, y comprobé que no había nadie y todo estaba en silencio. Era una noche ventosa y la cerradura, que tenía holgura, era movida por la presión del aire en el pasillo. Una vez serenos pudimos, por fin, conciliar unas necesarias horas de sueño.


Al otro día, 9 de julio, subida por la montaña hasta el pueblo de El Piornal, para bajar al valle paralelo: La Vera. En verdad que ambas comarcas son de una gran belleza. Al mediodía comida en un chiringuito junto a la piscina natural y playa fluvial de Pedro Chate, en el término de Jaraíz de la Vera. En esa y otras ocasiones que hemos parado allí, baño merecido, refrescante y ritual del conductor: mi cuñado Eduardo.

Llegada a Sevilla al anochecer. Como norma habitual, se aprovechaban intensamente cada una de las jornadas. Terminábamos agotados, pero al mismo tiempo satisfechos por todo lo disfrutado, visto y vivido en esos días de tan largo y variado recorrido.



sábado, 9 de noviembre de 2013

Sierras del Segura y Alcaraz (1996-2006)



Era un amanecer de principios de octubre de 1996, cuando cuatro amigos: Marcelo, Manolo, Miguel y yo partíamos en coche desde Sevilla con destino a Férez, pueblo natal del primero, para presenciar o participar en los tradicionales encierros taurinos, a los que los nativos de esa villa de la Sierra del Segura albaceteña, organizados en peñas, son muy aficionados y los celebran cada año en sus Ferias y Fiestas en honor de la Virgen del Rosario.

Previamente, la señora Dora, madre del amigo Marcelo, quien estaba temporalmente en el pueblo como cada verano (su residencia habitual era Barcelona), había ofrecido amablemente su casa, situada en el centro, para nuestro alojamiento. Nos recibió además con un apetitoso cocido preparado para reponer fuerzas tras el cansado viaje.

Una mañana, subidos en una plataforma remolcada por un tractor conducido por un familiar de Marcelo, nos desplazamos hasta un cercado dentro de una finca de las proximidades, donde estaba encerrado el ganado, para volver por el camino rural rodeados de los cabestros y los toros sueltos por el campo. No bajamos al llegar al callejón de inicio del encierro. El amigo Miguel estuvo a punto de ser enganchado en una pierna por un toro, ante la imprevista dificultad que encontró al saltar la barrera de un entramado de maderos, siempre ocupada por un tropel de personas. Afortunadamente no ocurrió nada y vivimos una experiencia apasionante.


Aprovechamos también para desplazarnos y conocer esa boscosa y a veces escarpada comarca. Destacaré a Letur como uno de los pueblos visitados entonces, por su interesante conjunto urbano y su parroquia de la Asunción como principal monumento, así como su frondosidad por la abundancia de agua. Como paisaje: sin lugar a dudas el nacimiento del río Mundo, afluente del Segura, en el término municipal de Riópar, que brota en cascada a gran altura, dentro de un amplio circo rocoso de paredes verticales, que llegan a alcanzar casi los trescientos metros. Después de tres o cuatros días, regresamos a Sevilla.

Algunos años después me desplacé de nuevo a esa región, pero en aquella ocasión conduciendo mi coche y acompañado por mi mujer y mi sobrino Manolo, para que la conocieran. El itinerario fue similar al del primer viaje, con la variante de que, por encontrarse en obras la carretera de acceso a Letur, determinamos dar la vuelta para encaminarnos hasta Alcaraz por la ruta de Ayna y Bogarra.


Alcaraz es una población enclavada en la sierra que lleva su nombre. Cuenta con un curioso trazado urbano y un interesante conjunto arquitectónico, destacando por su belleza su monumental Plaza Mayor. Bajo sus soportales, sentados en una terraza y con una temperatura ideal, gozamos de la cena y de una amena tertulia. Pernoctamos y a la mañana siguiente emprendimos el camino de regreso a Sevilla.

En el trayecto de ida nos detuvimos para recorrer Baeza y Úbeda y a la vuelta Jaén y Martos. En las tres primeras de estas ciudades está muy presente la huella del prestigioso arquitecto renacentista Andrés de Vandelvira, precisamente nativo de Alcaraz.


Esos recorridos y mi empeño por contemplar con más detenimiento el paisaje de la cercana demarcación de Ayna, que por su orografía montañosa, arbolada y con farallones rocosos que llegan hasta la proximidad del pueblo, es conocida popularmente como la Suiza manchega, decidieron al Grupo (colectivo familiar ya nombrado en la entrada anterior), iniciar por esa zona el primer viaje de la serie que, ininterrumpidamente desde el año 2006 venimos realizando todos los veranos por diversos lugares de la geografía española y que da origen a este y los siguientes relatos. En realidad fue el primero y el de menor duración, pues solo nos hospedamos dos noches en Ayna en el bien acondicionado hotel Felipe II.

Dedicamos ese corto tiempo de forma intensiva para recorrer todo el contorno, de forma parecida a las dos ocasiones anteriores, pero esa vez, además, llegamos hasta Yeste, pueblo donde visitamos su monumental iglesia de la Asunción y su bien conservado castillo de la época de dominación musulmana.


En Alcaraz subimos hasta el cementerio, donde entramos mi cuñado Eduardo y yo para ver la tumba de los bandoleros "el Pernales" y "el Niño del Arahal" quienes, buscados desde Andalucía fueron encontrados en una sierra próxima y abatidos por la Guardia Civil en 1907. Se trata de un nicho común, en cuya parte superior de la lápida aparece la foto de la cara del primero seguida de la inscripción:



FRANCISCO
RIOS GONZALEZ
EL PERNALES
A LOS 28 AÑOS
ANTONIO
JIMENEZ RODRIGUEZ
EL NIÑO DEL ARAHAL
A LOS 26 AÑOS
+ 31 VIII 1907

Después nos enteramos por una publicación que, por decisión de la familia, los restos del segundo fueron exhumados y trasladados a su pueblo natal, Arahal (Sevilla). "El Pernales" fue considerado como el último representante genuino del bandolerismo andaluz. Como dato curioso, pinchando en el enlace pueden acceder a su acta de defunción.

La jornada de esos diarios desplazamientos veraniegos, que iré relatando en las siguientes entradas, comenzaba a diario tras el desayuno y alguna compra para regalos o avituallamiento en la localidad de alojamiento, pero normalmente no terminaba hasta aprovechar al máximo la luz diurna. Invariablemente, el conductor viene siendo mi cuñado antes citado, sensiblemente más joven que yo, vigoroso, experto e incansable en el manejo del volante, eso nos permite, aunque a veces extenuados, llegar a los lugares más recónditos de la ruta establecida. Precisamente, en aquel primer viaje, a pesar de la distancia, no regresamos a Sevilla directamente desde Ayna, sino que previamente recorrimos la serranía de Andújar, hasta llegar al santuario de la Virgen de la Cabeza.



P.D. La foto colocada justo encima de estas líneas representa el nacimiento del río Mundo, pero cuando en épocas de lluvias abundantes se produce el llamado "reventón". En nuestras visitas no tuvimos la suerte de coincidir con alguna de esas caudalosas cascadas. 

domingo, 20 de octubre de 2013

Punto y seguido.


Mi sobrino Manolo, además de darme las clases necesarias para introducirme en este mundo "mágico" de la cibernética, al que previamente me oponía, como comenté en la entrada del pasado tres de abril, fue quien además, me animó para que proyectara mi propio blog.

Me pareció una idea acertada, pues pensé que me serviría de entretenimiento y diversión escribir sobre algunas etapas de mi variada vida.

He escuchado en alguna ocasión el calificativo de memorias -género tan de moda en estos tiempos- para mis relatos, pero nada más lejos de la realidad ni de mis pretensiones. Primero: porque soy consciente de que mi existencia no tiene el menor interés público y segundo: porque menos interés tengo yo en publicarla.

Se trata solo de una simple semblanza, de determinadas vivencias desde mi infancia hasta nuestros días, con una narrativa amena en lo posible y con el punto de humor que permite mi corto ingenio, pero sin rebasar los límites de mi privacidad, salvo algún caso inevitable, pero siempre sin acritud y, al mismo tiempo, evitando los temas políticos o religiosos.

El estilo de narración, el que para mi resulta más sencillo, es el de primera persona, el empleado en general en la Novela Picaresca, a cuyo género sigo siendo muy aficionado. No podría hacerlo de otra forma. Me defino como lector desde mi lejana niñez extremeña, cuando mi Lelo me enseñaba las primeras letras con apenas cinco años de edad, como comentaba en un capítulo dedicado a la infancia; pero nunca como escritor. Es más, he de confesar que me cuesta horrores componer la trama de cada relato. Admiro a quienes manejan la "pluma" con desenvoltura y fluidez.

En realidad, la meta que me propuse en principio fue alcanzada con la publicación el pasado día 2 de octubre dedicada a mi constante lucha con el estudio del idioma inglés. Pero como la experiencia me ha resultado tan gratificante y divertida, he decidido continuar escribiendo mientras lo permitan mis facultades. En consecuencia, es esta una entrada a modo de "bisagra" entre un ciclo y el siguiente.

Como otra de mis aficiones destacadas son los viajes, he pensado en principio iniciar la siguiente etapa contando algunos de ellos, de forma preferente y siguiendo mi pauta cronológica, los que en conjunto venimos realizando los veranos desde el año 2006 mis cuñados (Gloria y Eduardo) y mi mujer (Asun) y yo. A este colectivo llamaré en adelante El Grupo, para mayor facilidad narrativa.

Se trata de largos recorridos generalmente por la España interior, para ir conociendo diversas zonas con un interés paisajístico, popular o histórico y en lo posible alejados del bullicio de las zonas turísticas tradicionales.

Procuramos instalar nuestro "campamento base" en poblaciones con un ambiente nocturno activo pero apacible, con terrazas al aire libre donde cenar, gozar de nuestra tertulia y llegado el caso poder comunicarnos con los nativos u otros viajeros y así conocer nuevas costumbres en lo que cabe.

Después, nuestro método de desplazamientos consistía en recorrer a diario todo el contorno, comprobando que ya los tentáculos de los modernos medios de comunicación han alcanzado hasta los lugares más recónditos y las  diferencias de comportamiento son cada día menos acusadas, todo está casi uniformizado.

Sin embargo, para no entrar en detalles tediosos e innecesarios, pues como ya el "oráculo" de Internet está al alcance popular y por otra parte las Oficinas de Turismo facilitan de forma gratuita todo tipo de folletos informativos, me limitaré a una explicación resumida sobre los lugares visitados y a contar algunas de nuestras propias experiencias, anécdotas y desplazamientos.


Si hay ocasión posterior, publicaré lo que se me vaya ocurriendo, incluso volver a periodos de la infancia, adolescencia o juventud, en caso de que mi memoria evoque algunos momentos que considere interesantes para ejercitarla y entretenerla. La puerta queda abierta.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Aprendiendo inglés.


Mi primer contacto con la lengua inglesa se remonta a la ya lejana época en que yo era un niño de unos 6 años y vivía en mi Extremadura natal. Tenía un tío en América, no en el sentido figurado y banal que tanto se empleaba. En mi caso era una realidad. Un hermano de mi madre (Enrique), vivía con su familia en el Estado de Nueva York.

Esa familia, en algunas ocasiones, nos enviaba paquetes con diferentes obsequios, y en ellos incluían algún almanaque con bellas ilustraciones que llamaba mi atención. Claro está, los días de la semana y de los meses figuraban escritos en inglés, incluso los primeros en abreviatura. Yo los memorizaba y los recitaba de carrerilla a mis amiguitos, presumiendo de saberlos en ese idioma, al que yo seguramente llamaría "americano", porque escuchaba que venían de América. Los pronunciaba tal como suenan en español. Además creía que el SUN. correspondía al lunes y no el domingo como es en realidad, pues para mí lo lógico es que siguieran el mismo ritmo de recuento semanal que en español. Bendita inocencia aquella, cuando descubrí que en el mundo, no todas las personas hablaban como yo.

Pero esa simpleza permitió que me interesara por aprender precisamente ese idioma, aunque eso no era posible entonces en mi pueblo, pues a pesar de que no se trataba de una aldea (lo habitaban unas 5.000 personas), contaba solo con escuelas públicas para párvulos y enseñanza primaria, pero entonces España arrastraba todavía las secuelas de la Guerra Civil y no se podía permitir pagar profesores de idiomas en ese tipo de instituciones. Por eso, aquel interés solo quedó en uno más de mis sueños infantiles.

Tenía ya 19 años y estaba como alumno en una escuela de especialistas de la Armada, cuando intenté en serio y por primera vez aprenderlo. Me apunté a un curso por correspondencia en el Instituto Americano, desde donde me enviaban las lecciones escritas y unos discos blancos de ¡plástico flexible! para las sonoras. Discos que conservo y que ¡aún funcionan! después de 50 años. Pero a los pocos meses hube de abandonar el aprendizaje, porque los estudios profesionales no me dejaban el tiempo libre suficiente y más, teniendo en cuenta, que a corto plazo me destinarían a un buque de guerra y por lo tanto, la dificultad para continuar sería aún mayor.

La segunda tentativa tuvo lugar, cuando yo pasaba de los treinta años y vivía en Bilbao. Mi empresa, productora de aceros especiales, me subvencionaba unos cursos de inglés en la Academia Assimil, para hacerme cargo de la adquisición en Holanda de un producto complementario a los nuestros y que veníamos comercializando en España, pero al final no resultó rentable, por lo que se abandonó su venta y finalizaron mis clases. Fue una pena, pues mi compañero responsable de la venta lo hablaba con fluidez. También lo hablaban en el Departamento de Exportación de nuestra empresa matriz, además de otras lenguas, o sea que, hubiera tenido la oportunidad de practicarlo de forma asidua y llegar a dominarlo. En cambio, con el tiempo fui olvidando prácticamente todo lo aprendido.

Como último intento de recordar y avanzar en su conocimiento, llevo asistiendo a los cinco últimos Talleres del programa del Aula de Experiencia, de la Universidad de Sevilla según comentaba en una entrada anterior; los dos primeros impartidos por Felicia Coffey, excelente y simpática profesora natural de Boston y los tres últimos por Chris Gesthuysen, londinense y residente en Sevilla desde hace 17 años, por lo que posee un perfecto dominio del español, hasta en su variante andaluza.


Chris es una mujer encantadora, cariñosa y una extraordinaria profesora (Teacher) que ha conseguido formar un grupo bien avenido y un ambiente muy agradable en la clase. Como la mayoría de los alumnos de esta zona de España no pronunciamos las eses del final de las palabras y en inglés es imprescindible, nos tiene una "guerra" declarada que yo creo de antemano que la tiene perdida, por más que utilice como recordatorio unas serpientes de plástico de colores, que cuando las manipula se ondulan amenazantes y nos repite una y otra vez Sssss… Sssss... Yo lo consigo en parte, porque por los años que viví por la provincia de Madrid y en Bilbao, cuando me mentalizo me fluyen sin mayor esfuerzo, pero por ejemplo, como dice una querida compañera: ¡Ojú!, a mis años y viviendo en Triana desde que nací yo, por más que lo intente, nunca lograré pronunciar las esesss  finalesss. Sí, creo que ni amenazándola con serpientes vivas. 

Por otra parte, los mayores somos a veces tan alborotadores y charlatanes como los niños, por lo que a la pobre Chris la hacemos ponerse en jarras y desgañitarse repitiendo una y otra vez: Remember me! (¡Echadme cuenta!) Listen to me! (¡Escuchadme!) Be quiet (¡Callaos!). Lo consigue, pero cuando estamos a punto de agotar su admirable paciencia o provocar su afonía.


Tengo claro que a estas alturas de mi vida, con unos cursos de horas limitadas, sin la práctica constante y con la capacidad de compresión mermada a consecuencia de la mente algo "oxidada" por el paso de los años, esa será siempre mi asignatura pendiente, aún así, mientras lo permitan mis facultades, no pienso abandonar los estudios, aunque sea por seguir gozando de nuestras divertidas clases, porque siempre se aprende, aunque sea a leerlo con cierta dificultad, por la reunión y por las gratas comidas de hermandad que ocasionalmente celebramos.

Pues nada, a continuar. El próximo día 8 pienso asistir al nuevo Taller

¡Gracias a Chris y a mis compañeros!


P.D. Una mención para John, hombre simpático y pareja de Chris, a quien sustituye en alguna ocasión.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Viaje a Inglaterra. ¡En camión!


También disponer de tiempo libre, como indicaba en una entrada anterior, me permitió realizar este recorrido por tierras francesas e inglesas.

Un familiar (mi cuñao Luis), me invitó en el año 2002 a que lo acompañara en un transporte a Inglaterra. No dudé ni un instante en aceptar el ofrecimiento, pues se trataba de un desplazamiento en un enorme camión frigorífico, que  él conducía entonces. Me ilusionaba viajar contemplando el panorama desde la altura de la cabina y además, como acompañante pasivo.

Al anochecer de un día de primavera partimos desde Sevilla con rumbo a Calais (Francia), por la ruta de Madrid, Burgos, Irún, Burdeos, Tours y París, (entre otras muchas ciudades). Circunvalamos París contemplando la Torre Eiffel desde la distancia y pasando bajo unos viaductos mientras que, por arriba, los aviones aterrizaban o despegaban del aeropuerto Charles de Gaulle.

Como la carga era de un producto perecedero (creo que coles) procedente de Medina-Sidonia, era necesario el funcionamiento del sistema refrigerador de forma constante, cuyo ruido nos perturbaba el descanso en las paradas obligatorias, dispuestas cada cierto tiempo por la leyes del transporte por carretera, especialmente cuando había que estacionar para dormir, pues lo hacíamos en las dos camas disponibles en la cabina.

Una vez en Calais y gestionados los trámites pertinentes, el camión, junto con muchos otros, fue colocado en una especie de plataforma sobre raíles y los conductores, acompañantes y otros pasajeros, subimos a un tren eléctrico y por el túnel bajo el mar, cruzamos el Canal de la Mancha. 


Después de una media hora llegamos a Folkestone (Inglaterra). Conductores y ayudantes debíamos incorporarnos con rapidez a los camiones, para salir ordenadamente. De inmediato comenzamos a circular, ¡por la izquierda! En las autopistas, a pesar de la seguridad que ofrece un camión de esas dimensiones, me sentía desorientado y en cierto modo temeroso por un posible despiste, viendo que otros vehículos se incorporaban por la izquierda y que nos adelantaban por la derecha, pero lo peor era cuando llegábamos a las rotondas de los tramos de carretera, entonces mi mente giraba a la derecha pero, afortunadamente, el avezado conductor lo hacía al contrario.


A las afueras de Londres atravesamos el río Támesis por un alto puente de peaje y seguimos rodando con dirección a un gran complejo de almacenaje de frutas y verduras, situado en la localidad de Spalding, donde llegamos después de unas horas de carretera. Realizada la descarga paramos de inmediato el motor del molesto aparato refrigerador. En adelante podíamos conciliar plácidamente el sueño cuando correspondiera y emprendimos el regreso, pero esta vez a Dover. Lo que más vi de Inglaterra fueron extensos campos verdes y ¡muuuchas! ovejas de esas del careto negro que ignoro si son las churras o las merinas.

Llegados a Dover embarcamos en el ferry, para cruzar el Canal hasta Calais. Como es habitual en esa zona, la mar estaba embravecida y un fuerte oleaje embatía contra el casco, movía con violencia la embarcación y salpicaba con fuerza la cubierta. Desde Calais nos dirigimos a un pueblecito del noroeste de Francia, (creo que se llamaba Rubrouck), cercano a la frontera con Bélgica, para cargar ¡24 toneladas de patatas!, con destino a Faro (Portugal). Terminada la carga emprendimos la ruta de regreso a Sevilla donde llegamos al cabo de una semana y yo dí por terminada la expedición.

Para mi ese viaje representó una aventura, que me permitió conocer la vida apasionante, dura, complicada y a veces tediosa, de los camioneros en general y en este caso de los dedicados al transporte internacional. El aburrimiento lo combaten con las emisoras de radio, llamándose entre los españoles en circulación para contarse sus vicisitudes, sus rutas (a Gran Bretaña la llaman La Isla en su jerga), y si es posible, concertar un encuentro en alguna área de servicio, durante las horas de descanso.

También pude comprobar la numerosa flota de camiones de diferentes países europeos, intercambiando constantemente todo tipo de mercancías de uno a otro lugar: La Globalización. ¡A ver quién para eso! y más si añadimos a ese trasiego los modernos medios de comunicación que, en este caso, permitieron conocer al dueño de la empresa la existencia de un ¡un solo cargamento de patatas! dispuesto en un remoto pueblo francés, poder avisar por móvil a su conductor, que estaba en Inglaterra y así evitar que el camión retornara vacío.

Por cierto, nos costó mucho buscar la ruta adecuada, evitando carreteras con puentes o estrecheces que nos impidieran el paso. Lo conseguimos consultando mapas y preguntando por señas, al estilo indio de las películas, pues ninguno de los dos hablamos francés. 

martes, 3 de septiembre de 2013

Taller de cocina-Mi mujer-Mi amigo Pepe Díez.


A consecuencia del determinante cambio producido en mi situación familiar comentado en una entrada anterior, me vi precisado de aprender a cocinar, al menos lo suficiente para elaborar mi propia alimentación, así que, entre el otoño de 1998 y la primavera de 1999, me apunté a un curso de cocina dentro del programa de talleres impartidos por los Centros Cívicos dependientes del Ayuntamiento de Sevilla.

Con los conocimientos adquiridos, con la práctica y otras aportaciones, terminé por preparar comidas no solo para mí, sino también para puntuales celebraciones familiares, incluso para invitar a algunos amigos. En la actualidad lo continúo haciendo para compartir las tareas domésticas en lo que me es posible. Lo hago con higiene y cariño, que creo que es la base de una buena elaboración que, por otra parte, me sirve de entretenimiento.

Dispuso el azar, el destino o Dios (que cada lector opine según sus creencias), situar junto a mí en la mesa de prácticas, a una apuesta señora que resultó estar libre de compromiso. Tuve así la oportunidad de rehacer mi vida a corto plazo. Enseguida iniciamos una relación de amistad que se fue transformando en sentimental.  Actualmente esa señora sigue siendo: ¡MI MUJER!.


Mi inolvidable amigo, Pepe Díez, me pidió que escribiese las recetas aprendidas y él se encargaría de informatizarlas, encuadernarlas y presentarlas con una cubierta apropiada, a modo de un "libro" de cocina. Tal fue su insistencia, que terminé por ceder y poner manos a la obra, añadiendo otros platos facilitados por familiares. El resultado fue un simple cuaderno, pues no tenía ni conocimientos ni pretensiones para más, pero que a mí me resultó muy útil, o como se suele decir, me hizo el avío. En la portada, donde yo aparezco cubierto con gorro de cocinero, añadió con su gracia innata al conocer la necesidad de mi aprendizaje, el subtítulo: Cocinero a la fuerza. Aunque, en realidad, el arte culinario no me era del todo desconocido, pues desde que llegué la primera vez a Bilbao en 1967, me llamó la atención que, no solo las mujeres sabían de cocina, como era lo habitual en la época, sino que, también la mayoría de los hombres eran entendidos en la materia y la practicaban con frecuencia, así que adquirí algunos conocimientos rudimentarios, que alguna vez puse en práctica.

Añadiré que mi amigo citado era un hombre dotado de una enorme gracia natural, con un relampagueante sentido del humor, eso es, sin necesidad de meditar previamente cuanto decía, como debe ser, de esa forma el humor no pierde su chispa. Cantaba muy bien y bailaba las sevillanas con el arte aprendido en la "universidad de la calle". Pero lo más importante es que, esas cualidades las sacaba a escena en los momentos oportunos, pues tenía claro, sobre todo en reuniones de trabajo fuera de Sevilla, que una cosa es tener gracia y otra muy distinta es ser el "gracioso" de turno. Rompía así de forma premeditada con el tópico del andaluz "fulero" o "jaranero", poco dado a una vida laboriosa que, ¡para nada se ajusta a la realidad!. Precisamente fue un infatigable trabajador, inteligente y honesto.


P.D.- Esta entrada representa el reconocimiento a mi mujer por su compañía y cuido y un homenaje póstumo a mi siempre recordado amigo, Pepe Díez. Como en otras ocasiones, aplico para él el epitafio de la antigua Roma: Que la tierra le sea leve. Mi cariño para su viuda (Pepi) y sus hijos, Rocío y Juani.

jueves, 15 de agosto de 2013

Las herraduras.


Por uno de esos misterios que ocurren ocasionalmente en este mundo "mágico", según me han informado, he comprobado con sorpresa que ya no consta en el blog la entrada etiquetada como Infancia, titulada Las herraduras y que publiqué en Julio o agosto del año pasado. Me apenó la desaparición ya que se trata de un episodio infantil que recuerdo con nostalgia y nitidez, a pesar de los muchos años transcurridos. Afortunadamente, como por precaución, siempre conservo una copia de cuanto escribo y de las correspondientes fotos, solo es cuestión de incluirla de nuevo a modo de "cuña", pues ya siempre quedará  fuera del orden cronológico de mis relatos. Desgraciadamente, los comentarios de entonces son irrecuperables.

Respeto el texto original, pero ya que domino un poco mejor este medio, aprovecho para añadir dos fotos de buitres, carroñeros abundantes en mi niñez extremeña y protagonistas en este relato. Decía así:

Como los demás municipios de la campiña extremeña, Campillo de Llerena es básicamente un pueblo de economía agropecuaria.

En la actualidad las duras labores de campo se realizan con medios mecanicos: Tractores y cosechadoras hasta con aire acodicionado, pero cuando yo era niño apenas se veía algún tractor o alguna rudimentaria limpiadora o segadora; la siega se hacía a mano (durísimo trabajo) y  la labranza se realizaba fundamentalmente con aperos tirados por tracción animal: Yuntas de mulas.

Es por eso que entre mulas, los auxiliares burros y algún que otro caballo, contaba el pueblo con un importante número de estos animales, de los que cada año morían bastantes, como es natural.

Por falta de una ley sanitaria, o por imcumplimiento de ésta (me inclino mas bien por lo primero, porque años más tarde vi el enterramiento de un caballo, cubierto con cal víva), los cadáveres eran arrojados con frecuencia (en algún caso se aprovechaba la piel), en campos cercanos a la población, donde eran devorados por buitres.


Como la comida era abundante, el número de esos carroñeros era muy numeroso , hasta tal punto,  que en sus habituales planeos sobre el pueblo decíamos que nublaban el Sol.

En una de nuestras correrías infantiles, llegamos hasta el Cerro de las Cornejas, colina próxima al pueblo, donde el cadáver de una mula estaba siendo comido por los buitres, los que al vernos llegar levantaron el vuelo, algunos después de coger carrera para remontar, ahítos que estaban de carroña.


Aparte del morbo del espectáculo y de ver  esos  pajarracos desde cerca, avazabamos hacia ellos arrastrandonos, pero no sin cierto temor; nos atraian tambien las grandes plumas arrancadas entre ellos en su atroz lucha por el turno de comer unos antes que otros: La jerarquía animal.

Las plumas nos servían de adorno y de heroicidad, ante niños mas pequeños o menos atrevidos. Intenté volar con ellas: Una o dos plumas en cada mano, los brazos abiertos y subido a una altura de un metro aproximadamente, daba un salto intentado emular a Ícaro, pero no conseguía remontar más que el impulso. Siempre aterrizaba de mala manera. ¡Joé, con lo que me hubiera gustado volar!

Pero en esa ocasón observé algo muy valioso, la mula había sido herrada recientemente y las herraduras estaban nuevas, o sea que pesaban mucho más que las gastadas que encontrabamos habitualmente. Eran años  de una economía nacional casi autárquica, donde las materias primas, como la chatarra, escaseaban y se cotizaban.

Es por ello que decidí conseguirlas, pero no era conveniente compartir la idea con toda la pandilla,  pues  no  hubiera sido rentable, y sólo ni podía ni me atrevía a presentarme ante  aves tan grandes. No recuerdo por qué, cuando en el regreso me puse de acuerdo con otro niño,  que además no era de mis  habituales. Un niño pecoso y rubicundo ,  al que solo conocía porque salía  a jugar con nosotros por la puerta trasera de corral de su casa, que daba a mi calle. Nunca más supe de él  terminada la "misión". Tal vez estuviera en el pueblo temporalmente.

Consideramos que la hora más discreta era durante la siesta de los mayores en el riguroso verano. Y ¡qué mejor hora que las cuatro de la tarde, cuando había menos gente en el pueblo que a media noche!. Pues nada, decidido.

Pero surgió un problema a la hora de la partida: Mi escaso calzado veraniego, unas sandalias o unas alpargatas, me lo  escondían para evitar que saliera de casa a esas horas, o al menos que no me alejara de ella. (A veces la cosa llegaba a más: Me escondían los también escasos pantalones cortos y entonces no salía ni al umbral de la puerta, no era niño de "pito al aire en la calle". Era muy pudoroso).

¿Y que hacer entonces si la suerte estaba echada? Pues hacer la expedición descalzo. Descalzo también estaba el otro niño esperándome. Previamente tuve que coger unas grandes tenazas de la fragua de mi padre y con ellas como herramienta indispesable emprendimos el camino.

Comenzamos a subir la leve subida del Cerro de las Cornejas. El polvo de la vereda nos abrasaba los pies, hasta tal punto que, frecuentemente, teníamos que hacer un descanso sentados.

Llegamos por fin a nuestro objetivo y los buitres levantaron el vuelo rápidamente. Tal vez por vernos  esta vez erguidos o  a mí con las tenazas. El caso es que  dejaron su presa a nuestra disposición.

El espectáculo  que presenciamos era nauseabundo, la mula ya estaba más que medio devorada, pero nosotros a lo nuestro, pues las pezuñas estaban intactas como es lógico. Después de un duro y sudoroso trabajo conseguimos arrancar los clavos y hacernos con las  codiciadas ¡HERRADURAS!

Hicimos un reparto equitativo, dos herraduras por barba y emprendimos el regreso. Otra vez el tormento de la quemazón en los pies recorriendo la vereda.

Llegamos a uno de los escasos charcos que el arroyo próximo mantenía en verano. Nos lavamos los churretes (mezcla de sudor y polvo sobre la piel) y aliviamos los doloridos pies. Mi compañero regresó  a su casa y yo a la mía después de dejar las tenazas en la fragua de mi padre y esconder mi botín.

Cuando llegué a casa, mis padres y hermanos aún estaban somnolientos, así que mi aventura pasó desapercibida (¿o acaso se hicieron los desentendidos?)

A la mañana siguiente estaba expectante porque pasara el Tío Gomero, chatarrero del pueblo que vendía a los niños o trocaba por chatarra baratijas, bolas (canicas) y pirulines (pirulíes)  El Tío Gomero pregonaba: AL RICO PIRULÍN DE LA HABANAAAA, QUE SE COME POR  LA NOCHE Y SE CAGA POR LA MAÑANAAAAA. Los niños, amantes por lo general de lo escatológico, lo imitabamos con frecuencia.

En esta ocasión yo podía exigir más calidad, unas bolas de las buenas, que llamabamos de china o arenilla  y no las clásicas de barro cocido y pintado, que se rompian o deterioraban al primer impacto fuerte. También me venía bien  algún pirulín, para endulzar mi paladar tras las náuseas pasadas el día anterior.