sábado, 21 de enero de 2017

Desde Venecia a Estambul, 4.




Era la madrugada del domingo 5 de julio del 2015 cuando procedentes de Atenas embocamos el estrecho de los Dardanelos, donde embarcó un práctico para dirigir la maniobra durante su recorrido hasta salir al mar de Mármara, que duró más de dos horas
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Navegamos por ese mar, rebasando por estribor la isla que le da nombre con rumbo a Estambul, a cuyo puerto, en los inicios del Bósforo y el estuario que forma, llamado el Cuerno de Oro, arribamos a las 15 horas de ese día.

Me ilusionaba hacer realidad el sueño de esa navegación que me evocaba la lectura  desde mi niñez, de los versos de  La Canción del Pirata:
Y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa
y allá a su frente Estambul.


En verdad que, divisar desde el mar esa populosa ciudad de unos catorce millones y medio de habitantes, en la que destacaban las cúpulas y minaretes de las mezquitas de Santa Sofía (actualmente convertida en museo) y Azul, así como el palacio de Topkapi, nos resultó impresionante y además emotivo por la ocasión,  pues desde las 12 horas se celebraba al aire libre la Fiesta Española en los alrededores de la piscina de proa del puente 11.

Presidía el entorno una gran bandera de España y lo habían engalanado con globos rojos y amarillos. Los animadores del buque organizaron rítmicos bailes acompañados de canciones y música española. Hasta el amable jefe de los camareros se sumó al servicio de bebidas y en La Trattoria, justo en la cubierta inferior, nos dispusieron un autoservicio con abundantes, variados y apetitosos aperitivos. Todo ello nos hizo vivir unos momentos inolvidables.

Desde la tarde tuvieron lugar las distintas excursiones programadas para conocer la ciudad, acompañados con guías en español. En nuestro caso, por la causa ya indicada en anteriores entradas, hubimos de elegir la más cómoda, aunque eso significase renunciar a la más completa. Optamos por la llamada “Navegando por el Bósforo”
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Pasados los controles del puerto (el buque siempre aplicaba uno propio para cada embarque), viajamos en autobús para visitar, en principio, la mezquita de Yeni Camii en horas libres de oración. Nos proveyeron de bolsas para portar los zapatos, pues es preceptivo entrar descalzos y las mujeres estaban obligadas a llevar cubierta la cabeza. Aunque no hacía un día caluroso, la temperatura interna resultaba aun más grata, en un ambiente de recogimiento y penumbra. El suelo estaba todo cubierto de alfombras. Es un templo de bella arquitectura.


A continuación contamos con tiempo libre para recorrer los alrededores, principalmente el Mercado de las Especias, situado muy próximo a la mezquita. A pesar del nombre de tal mercado, la oferta se extendía a productos muy diferentes, incluso había tiendas de orfebrería y joyería. Nos sorprendió que muchos comerciantes nos hablasen en un español fluido y bien entonado. El euro era admitido tanto en billetes como en monedas. La muchedumbre en movimiento resultaba abrumadora. La pegatina con el número de autobús que lucíamos en el pecho, suponía un práctico distintivo para reconocernos  entre el gentío.


Reunidos en el punto y la hora previamente acordados por la guía, caminamos para embarcar en un pequeño buque. Nos adentramos varias millas por el centro del estrecho del Bósforo con rumbo al mar Negro, entonces la embarcación viró para retornar al punto de partida, navegando muy próximos a la orilla asiática. Espectaculares las vistas de la única ciudad del mundo repartida entre dos continentes.

Bien, pues para abreviar el relato me sitúo de nuevo a bordo. Ya esa tarde, siguiendo las instrucciones recibidas en una reunión previa o los consejos de la “Anfitriona en español”, Isabel, una agradable señora argentina, hicimos todos los preparativos para disponer e identificar los equipajes a fin de facilitar su recogida en función de los vuelos del día siguiente
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En nuestro caso, nos recogieron en autobús a las 13 horas del lunes día 6 para trasladarnos al aeropuerto de Sabiha Gokcen. Hasta llegar, hubimos de cruzar toda la parte europea de Estambul. Embarcamos en un vuelo de Iberia a las 17.10, para aterrizar en Madrid a las 20.40, donde pernoctamos para llegar a Sevilla al día siguiente, dando así término a nuestra primera experiencia de viajar en crucero.

En todo momento fue excelente el trato recibido por el personal de Costa Cruceros y, en general, perfecta la organización de las diferentes actividades. Como excepción, resultó negativo el escaso avituallamiento que nos proporcionaron al desembarcar con destino al aeropuerto. Nos entregaron una bolsa individual con alimentos; pero para nuestra ingrata sorpresa, cuando nos dispusimos a comer, solo nos encontramos con un par de pequeños bocadillos, uno de ellos ¡con una simple tira de berenjena frita!, una botella de agua y una pieza de fruta. Aquello resultaba contradictorio con la abundancia y variedad de comida a bordo y el sobrante diario, así que tomamos como anécdota humorística tan ridículo contenido.

En repetidas ocasiones hemos escuchado a quienes ya lo han hecho con anterioridad, opiniones contrarias al modo de viajar en cruceros. Argumentan que son muchas horas de navegación y muy limitado el tiempo para conocer las ciudades. Argumento razonable, aunque solo en parte, porque en algunos puertos (suele coincidir con el de partida y el de final de singladura), sí se dispone de uno o dos días para las visitas a tierra.

También es cierto que son varias las ciudades que pueden ser visitadas en una semana. Además, la vida a bordo resulta muy entretenida y  variada. Aparte de las piscinas hay actividades diarias tan dispares como, bailes, teatro o casino. Incluso algunos pasajeros, cuando llegaban a alguna ciudad que ya conocían, preferían quedarse disfrutando de la diversión interna.


También durante la cena en el comedor “Tívoli” se pasaban divertidos momentos en un ambiente elegante: la cena “Del Capitán” o la “Noche de Italia”, en la que los camareros lucían palomitas con los colores de la bandera italiana. Hubo momentos de baile y canciones típicas de ese país, mientras los comensales que no bailaban, agitaban y ondeaban las servilletas.


Otra noche se celebró en la cubierta de piscinas (puente 11) “La Notte Bianca” (Ibicenca), para lo que recomendaron asistir ya previamente a la cena, vestidos en lo posible con prendas de color blanco.

En resumen, para mi mujer y para mí, la experiencia resultó inolvidable, a pesar de las limitaciones por su pie dolorido. Hasta tal punto fue así, que acordamos repetir al año siguiente, aunque cambiando completamente de escenario.