lunes, 25 de julio de 2016

Desde Venecia a Estambul, 2.


Miércoles día 1 de julio de 2016, a las 8:00 horas, llegada al puerto de Split desde Venecia. 232 millas recorridas. 15 horas de navegación.

Antes de iniciar el crucero, nos habían recomendado elegir Dubrovnik en vez de Split, también en Croacia, pero, en ese caso, no visitaríamos después Atenas, así que a Atenas dimos preferencia.


En cualquier caso, Split, capital de la Dalmacia, me sorprendió gratamente.  Es una importante e histórica ciudad, pues fue cuna del emperador Diocleciano, por lo que, entre otros monumentos, conserva una importante fortificación de la época, custodiada como atracción turística por centinelas ataviados como legionarios romanos.

Mientras yo hacía un limitado recorrido por la zona céntrica, donde también se celebraba un pintoresco, variado y bien abastecido mercado al aire libre, mi mujer me esperaba sentada en una zona concurrida cercana al puerto.

En esa ocasión, cuando regresé, la encontré temerosa por el extraño comportamiento de un hombre que pasó, se quedó mirándola, regresó y se sentó a su lado manipulando el móvil y con disimulo la enfocaba. Nada delictivo se podía probar pero lo cierto es que se marchó nada más que aparecí. Esa sospechosa situación nos sirvió de aviso para permanecer juntos en adelante y procurar, para mayor seguridad, la proximidad de otros pasajeros.


Seguidamente embarcamos y a las 13:00 horas de ese día, partimos con destino a Corfú, una de las islas griegas del archipiélago de las Jónicas. Navegábamos costeando Croacia y después Albania. No tenía previsto que vería amanecer por las costas albanesas. Me hizo ilusión tal vivencia. No me conformé con mirar la salida del sol por el portillo del camarote, sino que subí al puente 11, cubierta exterior, para contemplar y fotografiar el espectáculo natural.


Jueves día 2 de julio, a las 8:00 horas llegada al puerto de Corfú, desde Split. 299 millas recorridas. 19 horas de navegación.

Esa mañana nos sumamos por primera vez a una excursión programada. Elegimos la opción que precisaba de menor caminata.


Viajamos en autobús al pueblo turístico de Paleokastritsa. Visitamos la iglesia de su histórico monasterio ortodoxo. La guía, aparte de la explicación artística y respondiendo a alguna pregunta, nos explicó las principales diferencias entre la religión ortodoxa y la católica: en aquella, los sacerdotes pueden casarse, incluso divorciarse hasta en dos ocasiones. No así los monjes ni prelados, quienes son célibes. No rinden culto a esculturas, que consideran sacrilegio. Esas son las más notorias y curiosas variantes que recuerdo. Expongo esto como mera curiosidad, pues siguiendo el espíritu de este blog, no entro en valoraciones religiosas, ni políticas llegado el caso.


Continuamos hasta el entorno del pueblo de Kanoni, para contemplar maravillosas vistas de su bahía. Durante el recorrido disfrutamos de un paisaje accidentado y con una flora típicamente mediterránea. Abundan en Corfú los pinos y olivos. Son muy numerosas las bellas calas de aguas cristalinas. La isla está muy próxima a Albania, cuyo litoral se puede divisar a simple vista.

Finalmente llegamos a la capital, también llamada Corfú (Kerkyra en griego). Los ingleses la ocuparon unos años en el siglo XIX, pero fueron los franceses quienes seguidamente permanecieron por más tiempo y dejaron una notoria impronta en su interesante arquitectura. Asistimos a alguna visita prevista y después disfrutamos de tiempo libre para el descanso o realizar compras por su típica área comercial.



Previamente a la entrada de la ciudad, la guía nos mostró una gran explanada urbanizada. Nos comentó que era la plaza más extensa de Europa (con los modernos medios de consulta, he comprobado que no es tal, pero sí es cierto que figura entre las de mayores dimensiones).

En esta ocasión referiré una anécdota de final divertido que me ocurrió: a poco de iniciar la marcha desde el autobús a la ciudad, caminaba yo con mi natural abstracción, aumentada por la atención prestada a la cámara fotográfica. Tropecé de forma aparatosa con un bolardo. Por lo visto, el traspié resultó cómico, aunque conseguí mantener el equilibrio.

Escuché reír a mi espalda. Algo habitual en estos casos, pero habitual es también, que el afectado desaparezca de escena sin mirar atrás. No tuve esa posibilidad, porque acompañaba a mi mujer y además, la emisora de la risa, se acerco solícita y amable para socorrerme. Era una simpática señora italiana acompañada de su marido.

Cuando comprobó que no sufrí más daño que un pasajero dolor en el pie, bromeó y me aconsejaba mirar al suelo en adelante y cuidar de no repetir esas patadas. Siguiendo su línea de humor y entendiéndonos como pudimos entre italiano y español, le comenté que lo veía difícil, pues con el paso de los años había adquirido la manía de patear todos los pivotes que se oponían a mi paso.

Finalizada la excursión, regresamos a los autobuses para llegar al puerto. Pasados los controles de rigor (el buque aplicaba siempre el suyo propio), embarcamos para zarpar a las 14:00 horas con destino a Santorini. Pero esa singladura queda ya para el próximo capítulo.