miércoles, 18 de septiembre de 2013

Viaje a Inglaterra. ¡En camión!


También disponer de tiempo libre, como indicaba en una entrada anterior, me permitió realizar este recorrido por tierras francesas e inglesas.

Un familiar (mi cuñao Luis), me invitó en el año 2002 a que lo acompañara en un transporte a Inglaterra. No dudé ni un instante en aceptar el ofrecimiento, pues se trataba de un desplazamiento en un enorme camión frigorífico, que  él conducía entonces. Me ilusionaba viajar contemplando el panorama desde la altura de la cabina y además, como acompañante pasivo.

Al anochecer de un día de primavera partimos desde Sevilla con rumbo a Calais (Francia), por la ruta de Madrid, Burgos, Irún, Burdeos, Tours y París, (entre otras muchas ciudades). Circunvalamos París contemplando la Torre Eiffel desde la distancia y pasando bajo unos viaductos mientras que, por arriba, los aviones aterrizaban o despegaban del aeropuerto Charles de Gaulle.

Como la carga era de un producto perecedero (creo que coles) procedente de Medina-Sidonia, era necesario el funcionamiento del sistema refrigerador de forma constante, cuyo ruido nos perturbaba el descanso en las paradas obligatorias, dispuestas cada cierto tiempo por la leyes del transporte por carretera, especialmente cuando había que estacionar para dormir, pues lo hacíamos en las dos camas disponibles en la cabina.

Una vez en Calais y gestionados los trámites pertinentes, el camión, junto con muchos otros, fue colocado en una especie de plataforma sobre raíles y los conductores, acompañantes y otros pasajeros, subimos a un tren eléctrico y por el túnel bajo el mar, cruzamos el Canal de la Mancha. 


Después de una media hora llegamos a Folkestone (Inglaterra). Conductores y ayudantes debíamos incorporarnos con rapidez a los camiones, para salir ordenadamente. De inmediato comenzamos a circular, ¡por la izquierda! En las autopistas, a pesar de la seguridad que ofrece un camión de esas dimensiones, me sentía desorientado y en cierto modo temeroso por un posible despiste, viendo que otros vehículos se incorporaban por la izquierda y que nos adelantaban por la derecha, pero lo peor era cuando llegábamos a las rotondas de los tramos de carretera, entonces mi mente giraba a la derecha pero, afortunadamente, el avezado conductor lo hacía al contrario.


A las afueras de Londres atravesamos el río Támesis por un alto puente de peaje y seguimos rodando con dirección a un gran complejo de almacenaje de frutas y verduras, situado en la localidad de Spalding, donde llegamos después de unas horas de carretera. Realizada la descarga paramos de inmediato el motor del molesto aparato refrigerador. En adelante podíamos conciliar plácidamente el sueño cuando correspondiera y emprendimos el regreso, pero esta vez a Dover. Lo que más vi de Inglaterra fueron extensos campos verdes y ¡muuuchas! ovejas de esas del careto negro que ignoro si son las churras o las merinas.

Llegados a Dover embarcamos en el ferry, para cruzar el Canal hasta Calais. Como es habitual en esa zona, la mar estaba embravecida y un fuerte oleaje embatía contra el casco, movía con violencia la embarcación y salpicaba con fuerza la cubierta. Desde Calais nos dirigimos a un pueblecito del noroeste de Francia, (creo que se llamaba Rubrouck), cercano a la frontera con Bélgica, para cargar ¡24 toneladas de patatas!, con destino a Faro (Portugal). Terminada la carga emprendimos la ruta de regreso a Sevilla donde llegamos al cabo de una semana y yo dí por terminada la expedición.

Para mi ese viaje representó una aventura, que me permitió conocer la vida apasionante, dura, complicada y a veces tediosa, de los camioneros en general y en este caso de los dedicados al transporte internacional. El aburrimiento lo combaten con las emisoras de radio, llamándose entre los españoles en circulación para contarse sus vicisitudes, sus rutas (a Gran Bretaña la llaman La Isla en su jerga), y si es posible, concertar un encuentro en alguna área de servicio, durante las horas de descanso.

También pude comprobar la numerosa flota de camiones de diferentes países europeos, intercambiando constantemente todo tipo de mercancías de uno a otro lugar: La Globalización. ¡A ver quién para eso! y más si añadimos a ese trasiego los modernos medios de comunicación que, en este caso, permitieron conocer al dueño de la empresa la existencia de un ¡un solo cargamento de patatas! dispuesto en un remoto pueblo francés, poder avisar por móvil a su conductor, que estaba en Inglaterra y así evitar que el camión retornara vacío.

Por cierto, nos costó mucho buscar la ruta adecuada, evitando carreteras con puentes o estrecheces que nos impidieran el paso. Lo conseguimos consultando mapas y preguntando por señas, al estilo indio de las películas, pues ninguno de los dos hablamos francés. 

martes, 3 de septiembre de 2013

Taller de cocina-Mi mujer-Mi amigo Pepe Díez.


A consecuencia del determinante cambio producido en mi situación familiar comentado en una entrada anterior, me vi precisado de aprender a cocinar, al menos lo suficiente para elaborar mi propia alimentación, así que, entre el otoño de 1998 y la primavera de 1999, me apunté a un curso de cocina dentro del programa de talleres impartidos por los Centros Cívicos dependientes del Ayuntamiento de Sevilla.

Con los conocimientos adquiridos, con la práctica y otras aportaciones, terminé por preparar comidas no solo para mí, sino también para puntuales celebraciones familiares, incluso para invitar a algunos amigos. En la actualidad lo continúo haciendo para compartir las tareas domésticas en lo que me es posible. Lo hago con higiene y cariño, que creo que es la base de una buena elaboración que, por otra parte, me sirve de entretenimiento.

Dispuso el azar, el destino o Dios (que cada lector opine según sus creencias), situar junto a mí en la mesa de prácticas, a una apuesta señora que resultó estar libre de compromiso. Tuve así la oportunidad de rehacer mi vida a corto plazo. Enseguida iniciamos una relación de amistad que se fue transformando en sentimental.  Actualmente esa señora sigue siendo: ¡MI MUJER!.


Mi inolvidable amigo, Pepe Díez, me pidió que escribiese las recetas aprendidas y él se encargaría de informatizarlas, encuadernarlas y presentarlas con una cubierta apropiada, a modo de un "libro" de cocina. Tal fue su insistencia, que terminé por ceder y poner manos a la obra, añadiendo otros platos facilitados por familiares. El resultado fue un simple cuaderno, pues no tenía ni conocimientos ni pretensiones para más, pero que a mí me resultó muy útil, o como se suele decir, me hizo el avío. En la portada, donde yo aparezco cubierto con gorro de cocinero, añadió con su gracia innata al conocer la necesidad de mi aprendizaje, el subtítulo: Cocinero a la fuerza. Aunque, en realidad, el arte culinario no me era del todo desconocido, pues desde que llegué la primera vez a Bilbao en 1967, me llamó la atención que, no solo las mujeres sabían de cocina, como era lo habitual en la época, sino que, también la mayoría de los hombres eran entendidos en la materia y la practicaban con frecuencia, así que adquirí algunos conocimientos rudimentarios, que alguna vez puse en práctica.

Añadiré que mi amigo citado era un hombre dotado de una enorme gracia natural, con un relampagueante sentido del humor, eso es, sin necesidad de meditar previamente cuanto decía, como debe ser, de esa forma el humor no pierde su chispa. Cantaba muy bien y bailaba las sevillanas con el arte aprendido en la "universidad de la calle". Pero lo más importante es que, esas cualidades las sacaba a escena en los momentos oportunos, pues tenía claro, sobre todo en reuniones de trabajo fuera de Sevilla, que una cosa es tener gracia y otra muy distinta es ser el "gracioso" de turno. Rompía así de forma premeditada con el tópico del andaluz "fulero" o "jaranero", poco dado a una vida laboriosa que, ¡para nada se ajusta a la realidad!. Precisamente fue un infatigable trabajador, inteligente y honesto.


P.D.- Esta entrada representa el reconocimiento a mi mujer por su compañía y cuido y un homenaje póstumo a mi siempre recordado amigo, Pepe Díez. Como en otras ocasiones, aplico para él el epitafio de la antigua Roma: Que la tierra le sea leve. Mi cariño para su viuda (Pepi) y sus hijos, Rocío y Juani.