También disponer de tiempo libre, como
indicaba en una entrada anterior, me permitió realizar este recorrido por
tierras francesas e inglesas.
Un familiar (mi cuñao Luis), me invitó
en el año 2002 a que lo acompañara en un transporte a Inglaterra. No dudé ni un
instante en aceptar el ofrecimiento, pues se trataba de un desplazamiento en un
enorme camión frigorífico, que él conducía
entonces. Me ilusionaba viajar contemplando el panorama desde la altura de la
cabina y además, como acompañante pasivo.
Al anochecer de un día de primavera partimos
desde Sevilla con rumbo a Calais (Francia), por la ruta de Madrid, Burgos,
Irún, Burdeos, Tours y París, (entre otras muchas ciudades). Circunvalamos
París contemplando la Torre Eiffel desde la distancia y pasando bajo unos
viaductos mientras que, por arriba, los aviones aterrizaban o despegaban del
aeropuerto Charles de Gaulle.
Como la carga era de un producto perecedero (creo que coles) procedente de Medina-Sidonia, era necesario el funcionamiento del sistema refrigerador de forma constante, cuyo ruido nos perturbaba el descanso en las paradas obligatorias, dispuestas cada cierto tiempo por la leyes del transporte por carretera, especialmente cuando había que estacionar para dormir, pues lo hacíamos en las dos camas disponibles en la cabina.
Como la carga era de un producto perecedero (creo que coles) procedente de Medina-Sidonia, era necesario el funcionamiento del sistema refrigerador de forma constante, cuyo ruido nos perturbaba el descanso en las paradas obligatorias, dispuestas cada cierto tiempo por la leyes del transporte por carretera, especialmente cuando había que estacionar para dormir, pues lo hacíamos en las dos camas disponibles en la cabina.
Una vez en Calais y gestionados los trámites
pertinentes, el camión, junto con muchos otros, fue colocado en una especie de
plataforma sobre raíles y los conductores, acompañantes y otros pasajeros,
subimos a un tren eléctrico y por el túnel bajo el mar, cruzamos el Canal de la
Mancha.
Después de una media hora llegamos a
Folkestone (Inglaterra). Conductores y ayudantes debíamos incorporarnos con
rapidez a los camiones, para salir ordenadamente. De inmediato comenzamos a
circular, ¡por la izquierda! En las autopistas, a pesar de la seguridad que
ofrece un camión de esas dimensiones, me sentía desorientado y en cierto modo temeroso por un posible despiste,
viendo que otros vehículos se incorporaban por la izquierda y que nos
adelantaban por la derecha, pero lo peor era cuando llegábamos a las rotondas
de los tramos de carretera, entonces mi mente giraba a la derecha pero,
afortunadamente, el avezado conductor lo hacía al contrario.
A las afueras de Londres atravesamos el río
Támesis por un alto puente de peaje y seguimos rodando con dirección a un gran
complejo de almacenaje de frutas y verduras, situado en la localidad de
Spalding, donde llegamos después de unas horas de carretera. Realizada la
descarga paramos de inmediato el motor del molesto aparato refrigerador. En
adelante podíamos conciliar plácidamente el sueño cuando correspondiera y
emprendimos el regreso, pero esta vez a Dover. Lo que más vi de Inglaterra
fueron extensos campos verdes y ¡muuuchas! ovejas de esas del careto negro que
ignoro si son las churras o
las merinas.
Llegados a Dover embarcamos en el ferry, para
cruzar el Canal hasta Calais. Como es habitual en esa zona, la mar estaba
embravecida y un fuerte oleaje embatía contra el casco, movía con violencia la
embarcación y salpicaba con fuerza la cubierta. Desde Calais nos dirigimos a un
pueblecito del noroeste de Francia, (creo que se llamaba Rubrouck), cercano a
la frontera con Bélgica, para cargar ¡24 toneladas de patatas!, con destino a
Faro (Portugal). Terminada la carga emprendimos la ruta de regreso a Sevilla
donde llegamos al cabo de una semana y yo dí por terminada la expedición.
Para mi ese viaje representó una aventura, que
me permitió conocer la vida apasionante, dura, complicada y a veces tediosa, de
los camioneros en general y en este caso de los dedicados al transporte
internacional. El aburrimiento lo combaten con las emisoras de radio, llamándose
entre los españoles en circulación para contarse sus vicisitudes, sus rutas (a
Gran Bretaña la llaman La Isla en su jerga), y si es posible, concertar un
encuentro en alguna área de servicio, durante las horas de descanso.
También pude comprobar la numerosa flota
de camiones de diferentes países europeos, intercambiando constantemente todo
tipo de mercancías de uno a otro lugar: La Globalización. ¡A ver quién
para eso! y más si añadimos a ese trasiego los modernos medios de comunicación
que, en este caso, permitieron conocer al dueño de la empresa la existencia de
un ¡un solo cargamento de patatas! dispuesto en un remoto pueblo francés, poder
avisar por móvil a su conductor, que estaba en Inglaterra y así evitar que el
camión retornara vacío.
Por cierto, nos costó mucho buscar la ruta adecuada,
evitando carreteras con puentes o estrecheces que nos impidieran el paso. Lo
conseguimos consultando mapas y preguntando por señas, al estilo indio de las
películas, pues ninguno de los dos hablamos francés.