miércoles, 23 de enero de 2013

Sevilla, 2


Tras la prolongada etapa marinera, volví a Sevilla cercana ya la Navidad de 1965, ciudad a la que acudía durante los permisos para convivir de nuevo con mi hermana Casi -ya con tres niños- (*), su marido y demás familiares ya referidos en el episodio Sevilla, 1. Todos ellos se habían desplazado a un piso de mayores dimensiones, pero alejado del centro de la ciudad, donde antes residían. Regresé más curtido y formado y con aspiraciones de conseguir un trabajo menos duro y mejor remunerado que los dos últimos que desempeñé. Una oficina estaría bien. Pero claro, al contrario que sucedía con mis compañeros que también optaron por dejar la Armada, especializados por ejemplo, en electrónica, y que con su gran experiencia eran demandados en el mercado laboral, mi caso era distinto porque, claro está, ¿para qué necesitaría una empresa civil a un especialista en artillería naval? Así que decidí combinar mis estudios en una academia con la ayuda que prestaba a mi cuñado en un pequeño negocio de ultramarinos del que era propietario.

En la España de mediados los años sesenta, una vez acomodada la emigración interior y casi finalizado el éxodo de quizá más de dos millones de personas a algunos países europeos, principalmente a Alemania, para los jóvenes dispuestos a encontrar un puesto de trabajo no era particularmente difícil conseguirlo, así que tras terminar los estudios de contabilidad en la academia, me coloqué en las oficinas de una empresa que comerciaba con repuestos para la automoción.

No llegaría a un año en ese trabajo cuando Luis, el joven residente en el domicilio familiar descrito en la entrada Sevilla-1, gestionó para que yo consiguiese un empleo en el banco donde él trabajaba, pero de forma indirecta terminé en la oficina de la Delegación que la empresa S. A. Echevarría (Aceros Heva), con sede en Bilbao, había inaugurado en Sevilla hacía escasos meses. Esto ocurría el 1 de abril de 1967 y desde ese  momento mi vida dio un espectacular giro favorable en el terreno personal, profesional y económico. Tuve un formidable maestro en el Delegado de entonces y algunos compañeros y compañeras muy competentes, los cuales me facilitaron conocimientos y la integración en la empresa.

A mediados de ese mismo año, a un grupo de jóvenes recién colocados en las distintas delegaciones establecidas en las principales capitales españolas nos enviaron a Bilbao. Allí nos impartieron un exhaustivo curso de formación tanto en técnicas de venta como de los productos fabricados: Aceros especiales. Tal vez por tradición, ya que mi padre fue herrero y vi de niño el trabajo con los hierros y aceros comunes, el caso es que, aunque se trataba por lo general de materiales más sofisticados, ese mundo me fascinó y estudié con empeño y cariño, base principal del aprendizaje, según creo.

Nos incorporamos a nuestros puestos de trabajo con entusiasmo y bien formados profesionalmente. Alcancé la meta ideal de cualquier trabajador, acudir cada día con ilusión a la labor. Disfrutaba con el desempeño de mi trabajo y me enriquecía con las múltiples relaciones humanas que éste me proporcionaba. Pero al cabo de casi cinco años me propusieron volver a Bilbao, no ya para realizar curso alguno, sino para incorporarme a las oficinas centrales de la empresa. Esto significaba un reto, pues regresar con el rabo entre las piernas hubiese significado un fracaso, pero por contra, si quería prosperar el objetivo era aquel donde estaba el grueso de una empresa con 5.500 empleados y tres importantes fábricas. Era joven, acepté el reto y acerté. Pero esta historia queda para la siguiente entrada.
(*) ¡Y por fin, años después, vino la tan deseada niña,(Eva) ! Casualmente acababa de regresar a Sevilla, de un trabajo temporal en nuestra oficina central en Bilbao, cuando me tocó hacer de "conductor-partero". Su padre comentaba siempre que, si era una niña, temía que naciera con la cara de un "cascabé pisao". Acertó en el sexo, pero no se cumplieron sus temores.

sábado, 12 de enero de 2013

La Marina, 2



No, no lo lamento y voy a incumplir mi propósito de dedicar una sola entrada a la Marina para no abrumar a quienes no tengan vivencias marineras o si las tuvieron, no las sintieron o simplemente no les guste el tema, pero al menos relataré, aunque sea de forma resumida, tres aspectos que considero peculiares de la Armada, de lo contrario me quedaría una "quemazón" interior que me duraría hasta que la Parca que corta el hilo de la vida, se le antoje usar las tijeras con el mío. Espero pasar desapercibido para ella unos cuantos años más.

COMIDA.- Ya comentaba en la entrada anterior que, en general, se comía bien teniendo en cuenta la época: Desde mediados de 1962 hasta finales de 1965. Y si la alimentación no era mala en las dependencias de tierra, aún era mejor en los buques de guerra, al menos en el mío y en los demás que conocía de la Base de Cartagena.
Lo curioso es que se acudía al comedor para el almuerzo y cena tras la llamada por altavoz: "¡Pasar por la línea! ¡Pasar por la línea!" Una vez allí, cogíamos una bandeja compartimentada de... ¡acero inoxidable! -algo raro entonces- el cubierto y el pan y la deslizábamos, uno tras otro, por una especie de pasarela mientras que los cocineros nos iban rellenando los huecos y ¡hala! a sentarnos a las mesas. En realidad era un sistema muy americanizado. Navegando, si la mar estaba un poco revuelta, había que ser precavido y sujetar la bandeja con una mano, de lo contrario podía caer el contenido encima de uno UNO y lo peor es que cayera encima de OTRO.

Después de las largas guardias navegando de noche, siempre nos podían servir en la cocina un tazón de sopas de ajo calentitas, en realidad un revuelto licuado de pan, ajo y huevo. No es que resultasen precisamente un manjar, pero para el frío y el agotamiento, resultaban reconfortantes.

Otra distinción más, es que a los marinos nos pagaban las llamadas RACIONES A PLATA, o lo que es lo mismo, después de un permiso, nos abonaban el valor diario de lo estipulado por persona para comida, multiplicado por los días de ausencia. Un dinerito extra que se daba en varias ocasiones al año. Creo recordar que nuestra paga ordinaria de cabos segundos especialistas era de 656 pesetas mensuales, incluida la prima de embarque, con lo que yo procuraba cubrir mis gastos personales sin recurrir en lo posible a la ayuda económica familiar
.
VESTUARIO.- Al contrario que en las otras Armas, en la Marina nos equipaban de un completo ajuar de uniformes y calzado para los dos años que entonces duraba el servicio militar obligatorio y éste quedaba en PROPIEDAD. Después algunas  prendas se podían acondicionar para uso particular, en especial el chaquetón marinero de color azul y botones de ancla, parecido a lo que en la vida civil llamaban "lobo marino". A los profesionales, nos entregaban nuevas prendas finalizados los dos primeros años. Para su transporte en permisos o traslados usábamos un gran saco de lona de color crudo, por lo que era típico en las bases navales y  en determinadas poblaciones de destino o tránsito, ver marineros caminando con ese bulto sobre el hombro. En primavera y verano se vestía de blanco y de azul en tiempo de frío. A bordo, como ropa de faena, usábamos un atuendo cómodo y "chulo", como se dice ahora: Una especie de botines hasta los tobillos, con piso de goma labrada como antideslizante, pantalón largo de color gris y un polo blanco de cuello redondo. Si hacía frío se añadía un jersey azul de lana con cuello de cisne. Íbamos descubiertos, salvo la  guardia de portalón en los puertos.

SOLEDAD.- Las noches de navegaciones de maniobras en alta mar, las largas horas de guardia arriba, en el Director de Tiro, junto a mi entrañable compañero, José Antonio Aliau, de San Carlos de la Rápita (Tarragona), el continuo murmullo  del agua surcada por el buque en su avance y el bramido del oleaje, a veces tan impetuoso, que rompía contra el casco inundando a ráfagas la cubierta, ha quedado grabado en mi mente para siempre. Pero sobre todo, la profunda sensación de SOLEDAD, atenuada por la visión lejana de alguna tenue luz en la superficie, que significaba compañía, que no estábamos solos en la tenebrosa inmensidad del océano. En algunos amaneceres, teníamos la compensación de contemplar la majestuosa belleza de la salida del sol y entonces... entonces todo comenzaba a renacer
.
Como homenaje a todos los hombres y mujeres de la mar, finalizo estos relatos dedicados a la Marina, con este enlace para poder escuchar: la SALVE MARINERA, entonada en actos solemnes y de forma particularmente emotiva algunos atardeceres, navegando y formados en la toldilla, (cubierta de popa).

P.D. No he conseguido enlace apropiado para visionar o escuchar una navegación nocturna con mar gruesa, o la Salve Marinera entonada a bordo.

miércoles, 2 de enero de 2013

La Marina



Bueno, pues atendiendo a esa llamada marinera que comentaba en la entrada anterior, ya estoy en el Cuartel de Instrución de Marinería (CIM) de San Fernando (Cádiz). Eso ocurría a principios de julio de 1962 y nos presentamos un numeroso grupo de chavales en torno a los dieciocho años, pues la edad mínima para el ingreso creo que eran los diecisiete. Se trataba de incorporarse a la Armada tras superar un examen previo de conocimientos no muy riguroso y otro de facultades físicas más exigente, como voluntarios a elegir después una especialidad. (No, no nos preguntaron si sabiamos nadar, para responder el clásico chiste: ¡Qué pasa! ¿No hay barcos?)

No tema el lector que lo vaya a abrumar y hacerlo desistir de seguir adelante, contando "batallitas" ni las novatadas de la "mili", aburridas por reiteradas. Voy a resumir mi largo paso por la Armada como profesional, etapa que para mí fue muy importante. En el CIM cumplimos el Periodo de Instrucción bajo una férrea disciplina y juramos bandera. A continuación viajamos por tren hasta el Ferrol (entonces del Caudillo) y nos incorporarnos al Buque Escuela Galatea, que estuvo en servicio para los Guardiamarinas hasta que se incorporó el J. S. Elcano, pasando entonces para entrenamiento de los suboficiales o aspirantes a serlo y finalizando sus navegaciones en 1959, quedando entonces atracado en el muelle del arsenal de esa ciudad. Allí cumplimos con el llamado Periodo de Ambientación hasta diciembre de ese año. Después de elegir especialidad, marchamos de permiso navideño para presentarnos luego a las diferentes escuelas de especialistas. Yo, siempre un poco aventurero, opté por Artillería Naval.

Solo voy a destacar la subida a los palos como típicas actividades marineras. En el CIM de San Fernando había un altísimo mástil fijado en la parte trasera del cuartel y nos hacían trepar descalzos por las jarcias y en fila de a uno, hasta llegar al arraigado (lo llamaría arriesgado), otra pequeña escala casi paralela al suelo, donde teníamos que ponernos como gatos panza arriba, para encaramarnos en la cofa, el lugar del serviola (vigía) y descender por otra jarcia opuesta. A pesar que había una red debajo, yo, más que vértigo, sentía miedo. En el Galatea era aún peor, pues como se puede apreciar en la foto de cabecera, después de trepar teniamos que caminar por las vergas y agarrados a un cabo (soga para entendernos, aunque este término en la Marina era sacrílego) a nuestra espalda, con los brazos extendidos y en un instante saludar militarmente y gritar ¡viva! no recuerdo a qué ni a quién y allí no había red debajo. Se llamaba Saludo a la Voz (qué manía la de la Marina con los putos "palitos". Dudaba si, por error, había ingresado en el circo). No presencié ningún accidente, pero me consta de uno ocurrido años atrás y que no sería el único. Hace poco me comentaba mi mujer que en una concentración de veleros en Cádiz, vió por televisión ese ejercicio, pero que los marineros se aseguraban con arneses. ¡Hombre...! Pero lo cierto es que está bien, pues esos alardes de temeridad no tenian sentido.

En enero de 1963 nos presentamos en la E.T.A.N. JANER de San Fernando (Escuela de Artillería) los diecisiete que elegimos esa profesión. Cursamos estudios durante seis meses como alumnos especialistas y otros seis como cabos segundos. Estudios muy completos desarrollados en un buen ambiente y donde aparte de las materias esfecíficas de la artillería también se incluian asignaturas tales como Geografía o Matemáticas. Después vendrían dos años de prácticas en buques de guerra. Yo estuve ese tiempo entre las fragatas rápidas Furor y Rayo, ambas de la misma serie, con base en Cartagena (bueno, fuimos a Ferrol con la Furor, que se quedó allí y volvimos con la Rayo, ya modernizada). La vida a bordo era dura a veces y otras no tanto. La superestructura, (parte visible de la nave) se está picando y pintando constantemente, pero los Especialistas nos librábamos en ocasiones de los trabajos más duros, con la excepción de un riguroso suboficial que no hacía distinciones y a todos nos hacía coger el cubo de pintura, la piqueta y la brocha y ¡hale! a la faena. Como no podíamos desobedecer órdenes, nos dio por decir en alta voz para que lo escuchara: "Señora, ¿que su hijo no caga?, no se preocupe usted, no lo tire, métalo en la Marina y se va a cagar hasta en su puta madre". En lugar de arrestarnos, parece que se apiadó y a un compañero y a mí nos mandó pintar las letras y números de las amuras, situados encima de una guindola (andamio) colgada desde la borda, al menos era una labor casi artística, de pincel y no de brocha gorda.

De las mútiples navegaciones, algunas muy duras, solo voy a seleccionar dos: No recuerdo con exactitud si fue en 1964 o al año siguiente, cuando atracamos en el puerto de Vinaroz, donde la alcaldesa nos entregó una bandera de combate (desde nuestra partida de Cartagena nos acompañaba otro buque, creo que era el destructor Liniers). Además, coincidía con la famosa Fiesta del Langostino de esa importante población. Todo fueron agasajos y atenciones. Maravilloso. El regreso lo hicimos costeando, haciendo escala en Castellón, bordeando el impresionante farallón del peñón de Ifach en Calpe y recalando en Alicante. Buena comida, como era habitual en los buques de guerra. Teníamos hasta máquina para hacernos helados de postre. Vamos, como si de un crucero se tratase.

A Casablanca sí es seguro que llegamos en el verano 1964 (*) junto al resto de la flota que venía de Canarias. Era y es una ciudad muy populosa y combinaba entonces la modernidad francesa, pues hasta hacía pocos años formaba parte de su protectorado marroquí, con el exotismo árabe. La numerosa colonia de españoles, muchos aún exiliados de la guerra civil, hasta se emocionaban y nos abrazaban por las calles y con sus hijas, de edad aproximada a la nuestra, nos prepararon divertidas fiestas. Cerca de los barcos veiamos extasiados a chicas jóvenes ¡en bikini! practicando esquí acuático, algo que no habíamos visto nunca en la realidad. Se comenta que en los ejércitos se añade bromuro en la comida para apagar la libido juvenil. ¡Mentira! o al menos el de mi barco era de muy baja calidad. Inolvidable viaje.

En diciembre de 1965, cuando iba a ascender a cabo primero, estuve sopesando continuar en la Armada pues, aunque dura, me gustaba esa vida en los barcos, con una disciplina relajada, pero quedaban años para acceder a los cursos de suboficial, era un cuerpo de grandes exigencias y preparación. Creo que debe ser así. Finalmente, depués de tres años, cinco meses y cinco días, según consta en mi historial militar, opté por retornar a la vida civil. Pero aún hoy, cuando veo a los marinos, los siento como algo propio. Tal vez, como dice Serrat en su poética canción "Mediterráneo", siga teniendo alma de marinero.

Añadiré una anécdota que me parece graciosa y es que, estando en la Escuela de Artillería en San Fernado, había allí un soboficial muy riguroso, por eso le teníamos un poco de inquina. Era algo cargado de espaldas y un compañero "cañaílla" (así llaman popularmente a los nativos de esa ciudad) que era vecino suyo, decía con su habitual gracejo, que no es que fuera ligeramente jorobado, sino que la culpa la tenía su mujer, que le colgaba la chaqueta en una tinaja.

(*)
Para asegurar el año de visita a Casablanca me baso en que , en 1964 estuvimos en Las Palmas y Santa Cruz de Tenerife y en 1965 repetimos Las Palmas y después Puerto Rosario, en Fuerteventura. Curiosamente, en Tenerife nos programaron una visita al Valle de la Orotava, pero no pudimos acudir todos, entre ellos yo, por falta de plazas de transporte. Por el contrario, desde Casablanca, había que hacer un viaje a Rabat por asuntos protocolarios y de homenaje a la tumba de Mohamed V, abuelo del actual monarca marroquí y después ser invitados a una comida típica, pero parece que pocos fueron los que querían perderse uno de los tres días de atenciones particulares en esa ciudad. Así que nos formaron en las toldillas (cubierta de popa) y por el método electivo del: "Tú sí, tú no" se eligieron los "voluntarios". A mi me tocó el "no".

 

 

 

.

 

.