viernes, 8 de febrero de 2019

Bilbao, 2.



      En noviembre del pasado año viajé a Bilbao desde Sevilla junto a mi mujer, para pasar unos días y así retornar después de 23 años,  a la ciudad donde residí durante una larga etapa de mi vida.

    Previo acuerdo, también viajaron nuestros amigos Pepe López y su esposa, María Jesús, quienes a su vez, allí vivieron largos años atrás. Fue un grato encuentro y recorrido, aunque de solo una jornada, pues ellos al día siguiente, tras la visita a un familiar, retornaron a su Galicia natal.

      Como en la entrada publicada el día 4 de febrero del año 2013, ya expuse las razones por las que me siento identificado con la tierra vasca en general y vinculado a Bilbao de forma particular, en esta ocasión me limitaré a contar la sorprendente evolución que he tenido la oportunidad de observar y disfrutar.

METRO.

     Sus tres líneas, en forma de copa alargada, con núcleo principal de transbordo en la estación del barrio de San Ignacio, llegan: por la margen derecha de la ría del Nervión hasta la costa, a Plencia. Por la izquierda, también alcanza la costa hasta Santurce, incluso rebasa la población para llegar a Kabieces.  Por la base se puede llegar a Basauri. Fuera de Bilbao suele circular por el exterior.

Todo ese moderno entramado de  medio urbano de transporte, da rápido y masivo servicio de comunicación en toda el área metropolitana llamada el Gran Bilbao, siendo la tercera ciudad española por el número de pasajeros transportados al año, solo superada por Madrid y Barcelona.

Por la orografía montuosa de la ciudad, hay estaciones, como la de Santuchu, barrio en el que residí más tiempo, en las que es preciso bajar a considerable profundidad para alcanzar las líneas férreas.

RÍO NERVIÓN.


 En otro tiempo,  y a considerable distancia antes de atravesar Bilbao, sus aguas corrían turbias, achocolatadas, consecuencia de los vertidos contaminantes de las industrias. Ahora fluyen claras, hasta el punto de que nos dijeron que se podía practicar la pesca en el centro de la ciudad.

Además, han urbanizado los márgenes con largos y cómodos paseos, que permiten una placentera vista del entorno.

GRAN VÍA.

      Excepto en la zona central, la amplia Gran Vía Don Diego López de Haro,  arteria principal de la ciudad, ha sido peatonalizada con aceras muy anchas.
Además, han limpiado sus magníficos edificios de la polución acumulada de muchos años (en realidad, así se ha hecho con casi todos los del centro de la ciudad). Todo ello permite un cómodo y atractivo paseo por el entorno.

LAS “SIETE CALLES”.

      Se trata del centro histórico, nombre popular que se le da al casco viejo, donde se encuentra la catedral de Bilbao, llamada de Santiago.
Merece la pena perderse por su laberinto de calles, disfrutar de su ambiente y de los numerosos bares y restaurantes.

MUSEO GUGGENHEIM.


      Como nuestro objetivo prioritario era “patear” y recorrer la ciudad, solo nos detuvimos para ver por fuera el importante edificio y sus aledaños.

Este reconocido museo a nivel mundial, ha supuesto el reclamo para la ciudad de un número de visitantes que supera el millón cada año.

En sus cercanías se levantó la construcción de un nuevo puente sobre el Nervión, que une la margen izquierda con el barrio de Deusto.

ESTADIO DE SAN MAMÉS.


      De bella arquitectura externa, aunque, por las razones apuntadas en el apartado anterior,  tampoco nos detuvimos para visitar el campo y sus instalaciones, ni tuvimos ocasión de verlo iluminado con juego de luces por el exterior.

Eso sí, eché en falta el característico y enorme arco de acero que enlazaba ambas bandas del anterior estadio. Me informaron que, como símbolo de la  historia con solera del Athletic Club, lo han reubicado en sus Instalaciones Deportivas de Lezama.

PARQUE DE ECHEVARRÍA.

      Extenso parque, en alto, con vistas a la parte más céntrica de la ciudad, arbolado y de verdes praderas, que allí llaman campas, cercano a la basílica de Begoña. Resulta muy apacible y placentero su recorrido.


Ocupa los terrenos donde, años atrás, se levantaba una de las fábricas, la llamada de Recalde, de la tradicional y emblemática empresa bilbaína en que trabajé: S.A. Echevarría, productora de aceros especiales. En su recuerdo, mantienen el nombre del parque y erguida la más alta de sus chimeneas.

En su día, considerando la privilegiada situación del lugar, la empresa, en momentos de declive, ideó la construcción de viviendas de alta calificación, combinada con amplias zonas verdes. Opción no aceptada por la municipalidad. Sus razones opuestas tendrían las autoridades municipales, no es mi cometido entrar aquí en valoraciones, solo me limito a exponer la existencia de tal proyecto.

ANTIGUA OFICINA CENTRAL.


S.A. Echevarría tuvo de antiguo su sede en un edificio de siete plantas, en lugar tan céntrico como es el número 4 de Alameda de Urquijo. Allí permanecí varios años, pero en los años setenta, tras la crisis económica, conocida como la “crisis del petróleo”, se vio obligada a venderlo a la empresa eléctrica Iberduero.

Como no, para recordar gratos tiempos pasados, visité y fotografié el edificio, que ahora parece de propiedad particular.

GASTRONOMÍA.


      Es de sobra conocida la amplia oferta y calidad de la restauración bilbaína, pero en nuestro caso, para disponer del mayor tiempo libre posible para movernos por la ciudad y su entorno, bien nos nutrimos con sus afamados pintxos.

Entre la numerosa y variada exposición, no faltan los de jamón ibérico de alta calidad. Siempre dije que Bilbao es ciudad destacada en la oferta y consumo de ese producto.

      Era muy tradicional el alterne por rutas de bares con los chiquitos de vino tinto, a veces acompañados con el consumo de algún que otro pintxo. Para mi sorpresa, comprobé, y así me lo confirmaron en algún establecimiento, que ahora ha aumentado de forma notable el consumo de cerveza (a precios muy populares, por cierto).

***
      En resumen, mucho gustó a mi mujer la ciudad y alrededores y el amable trato con las personas que contactamos.

      Constaté que la gente, en general, sigue siendo muy amable y cortés, en especial con los visitantes. En este caso no ha habido cambio. Ni falta que hace.

      También continúa vigente la chispa bilbaína de noble fanfarronería, pero esa característica solo es aplicada en chistes o ambientes amistosos.

      Podría extenderme contando más ocurrencias y observaciones de aquel viaje, pero, por no hacer tedioso el relato, aquí le doy término.