viernes, 21 de diciembre de 2012

Sevilla, 1


Como anunciaba en la entrada del pasado 26 de noviembre -Torrelaguna-, llegué a la histórica y bella ciudad de Sevilla en la primavera de 1962, en días cercanos a la tan celebrada y artística Semana Santa. Lo recuerdo porque en el Ayuntamiento estaban expuestos los estrenos de las Hermandades próximas a procesionar. Comencé la convivencia con mi Casi (foto de cabecera), ya casada con Franciso, (Paco) y con dos niños, uno de poco más de un año y otro con escasos meses. Vivían en la calle Pavía, situada en el céntrico barrio del Arenal, prácticamente a la sombra de la Giralda. También residían en el domicilio: Ana (Anita), hermana de mi cuñado, el marido de ésta: José (Pepe) y dos hijos de este matrimonio: José Luis (Luis), muy joven entonces y María del Carmen (Mary), adolescente que ya empezaba a mocear. Desde aquellas lejanas fechas y hasta ahora, esas personas pasaron a formar parte de mi familia afectiva, pues si es importante la fuerza de la sangre según la Novela Ejemplar homónima de Miguel de Cervantes, todos sabemos que tanto o más lo es el "roce" y sobre todo el comportamiento. De ellos recibí todo su apoyo desde el principio.

A los pocos días de mi llegada a Sevilla, Pepe, (el Tito Pepe) ya me consiguió un empleo, ahora, para variar, en unos importantes almacenes de grifería, sanitarios de cuartos de baño y otros materiales para la construcción. Continuaba así mi variada actividad laboral, iniciada ya a los 13 años en mi Extremadura natal, como comentaba en uno de los epidodios dedicados a la infancia. Trabajaba, no por seguir ese mítico castigo bíblico sobre el bobalicón de Adán, que por dejarse engatusar por la picarona de Evita y comer el fruto prohibido, se condenaron y nos condenaron en adelante a comer el pan conseguido con el sudor de la PROPIA FRENTE. Desde temprana edad estaba mentalizado de que lo que NO HAY que hacer, si se está capacitado, es comer el pan conseguido con el sudor de FRENTE AJENA.

Pero mira por dónde, que en esa Semana Santa atracó el destructor Churruca en el muelle del Guadalquivir, justo antes de llegar al puente de San Telmo, que entonces era levadizo, para enfocar en la "madrugá" del Viernes Santo a la Virgen de la Esperanza a su paso por el puente de Triana, como era la costumbre, por tratarse de la virgen de los marineros. Espectáculo sobrecogedor, que hacía enmudecer a la multitud, al margen de creencias religiosas. La vista de un buque de guerra y el deambular de los marineros por la ciudad reavivaron mi espiritu aventurero y mi interés por ingresar en la Armada. Creo que el cartel de cabecera, que también formaba parte de una campaña publicitaria por televisión, es de años posteriores, pero creo que resulta adecuado y representativo para exponerlo aquí, pues es seguro que de alguna forma, la Marina me "llamó" y yo, abediente, me dije: Pues allá voy, a ver qué quiere de mí. Pero esto ya lo contaré en el siguiente capítulo y dejo éste así de resumido para aburrir menos al posible lector y porque, en realidad, transcurrieron pocos meses desde mi llegada a Sevilla hasta que acudí al reclamo marinero.

Espartaco



En noviembre de 1959, cuando yo llevaba poco más de dos meses viviendo en Torrelaguna y aún seguía ocioso, estaban reclutando personal de ese pueblo y de otros de la comarca para figurar como esclavos en el rodaje de la batalla principal de la película ESPARTACO, dirigida por Stanley Kubrick y protagonizada por Kirk Douglas. Tuve la suerte de ser seleccionado, y digo suerte no solo por lo que representaba para un chaval estar presente en un escenario bélico aunque fuera de ficción, sino por la paga de cien pesetas, ¡veinte duros diarios!, cifra entonces fabulosa no solo para mí, sino incluso para un padre o madre de familia, que ganarían entonces, por lo general, unas mil pesetas al mes aproximadamente.

A los pocos días comenzaron a recogernos en autobús por la mañana muy temprano para trasladarnos a unas enormes tiendas instaladas provisionalmente en unos campos del término de Colmenar Viejo. Allí nos abastecían de la indumentaria apropiada: Una manta agujereada en el centro para introducirla por la cabeza, con otros dos agujeros laterales para sacar los brazos y una soga para atárnosla en la cintura. También nos proveían del armamento necesario, totalmente heterogéneo, como es lógico suponer para un ejercito improvisado de esclavos rebelados contra el poder de Roma. Sorprendentemente, me encontré en el rodaje con un paisano mío que estaba haciendo la "mili" y nos jartamos de reír de nuestra apariencia; bueno, más él de mí y que yo de él, pues yo estaba hecho un adefesio, y en cambio, él lucía como un apuesto legionario romano.

Caminabamos después hasta una próxima vaguada verde, extensa, sin rocas, libre de árboles y con unos montes de fondo. Nos situabamos en una suave ladera de la misma pasadas las altas estructuras metálicas de control del rodaje y la zona donde estaban los carromatos con animales de tiro, se supone que con víveres y enseres, custodiados por personas de ambos sexos no combatientes. Los puestos de combate eran ocupados por hombres, muchos adolescentes, como era mi caso, pero no faltaban mujeres también. El primer día, para presumir de armamento ante mis compañeros, conseguí un escudo como el de los romanos y una lanza, pero resulta que ese escudo, curvado, en forma de rombo truncado y adornado con unos rayos de latón, pesaba de lo lindo y cuando nos hicieron dar algunas carreras yo, con mi liviana corpulencia, quedé exhausto. Como éramos una multitud de varios miles de personas, no tuve excesiva dificultad en deshacerme de tan pesado material y agenciarme un escudo redondo de aluminio y una espada corta del mismo metal, réplica de la famosa gladio romana. Eso era ya más ligero de manejar durante toda la jornada. En adelante, perdí todo afán de presunción.

A lo lejos, en la ladera de enfrente y con un fondo montañoso, se situaban las legiones romanas en formación de combate, encarnadas por militares del ejército español, creo que de un campamento próximo. Cuando les daban órdenes de atacarnos, lo hacían con un despliegue perfecto, con los centuriones a caballo, cubiertos con los típicos cascos adornados con penachos rojos. Como eran días fríos pero soleados, a veces nos llegaban los destellos de los rayos metálicos de los escudos y a medida que se acercaban escuchábamos el ruido que hacian sus faldellines de tiras de cuero con incustraciones también metálicas. Cuando estaban muy próximos, la vanguardia realizaba rápidos movimientos de maniobra. Puedo asegurar que el espectáculo era asombroso, enervante y a veces nos hacía hasta enmudecer.

Yo, muy valiente, me situaba a la derecha en primera línea, a la izquierda según se mira la pantalla como se muestra en esta escena que enlazo de You Tube (claro está que es imposible reconocer a nadie en tal multitud y con enfoques tan fugaces), junto a unos rollos de cañizo impregnados de un líquido inflamable y al lado de unos extras verdaderos, corpulentos y con las piernas brillantes de algún tipo de maquillaje. Cuando nos ordenaban atacar, estos extras prendían los rollos y haciéndolos rodar en llamas, los seguíamos corriendo hacia los romanos. La verdad es que, aunque éramos conscientes de la ficción, se nos despertaba el "ardor guerrero". Quizá hubiera sido capaz de atacar con mi espada y luego me hubieran puesto en la cartilla militar no eso de: Valor, SE LE SUPONE, sino SE LE RECONOCE. Hombre... no hubiera estado bien. ¿Y si, casualmente, hubiera herido a mi paisano?

Nuestra actuación duró solo tres días, fue una pena por la pérdida de jornadas tan aventureras, aunque a veces la acción se hacía pesada por las continuas interrupciones para hacernos repetir la misma escena, pero lo más doloroso fue perder tan elevado sueldo, que casi ahorrabamos en su totalidad. Por ejemplo, mis amigos y yo solo gastabamos cinco pesetas a mediodía en un refresco y un bocadillo. Como soy un poco fanfarroncete, cuando machaconamente repito aquella vivencia, digo que Kirk Douglas fue compañero mío de reparto.

P. D. Esta entrada fue incluida en el blog el pasado 9 de diciembre, fecha que coincidia con el cumpleaños de Kirk Douglas, algo que no sabía y curiosamente con el mio, algo que "casi" no sabía, pues procuro olvidarlos tradicionalmente, aunque no falta alguien que me lo recuerde y me "de el día", pero mira por donde que por "pinchar" donde no debía y no atender la propia advertencia del ordenador, quedó borrada de forma definitiva.