miércoles, 27 de abril de 2016

Desde Venecia a Estambul, 1.


Como por ahora no se me ocurren otras vivencias que contar, continuaré con los viajes. En todo caso, estos relatos me sirven de entretenimiento y recordatorio.

En esta ocasión se trata de un crucero; crucero que realizamos mi mujer y yo en el verano del año 2015.

Por fatal coincidencia, poco antes de iniciar el viaje, mi mujer estaba aquejada de fuertes dolores en un pie, lo que parecía un ataque de gota. Como una vez fijado y abonado todo, para que te devuelvan el importe del viaje, a pesar del pago de un seguro de cancelación, tienes que presentar poco menos que un acta de defunción, no creímos oportuno gestionar un aplazamiento y nos pusimos en marcha.

Tan adversa situación no impidió el disfrute de la singladura, pero, como iré contando, si la contrarió en notable medida, especialmente durante las excursiones.

Aparte de mencionar el feliz recibimiento y encuentro con mis sobrinas Charo y Encarna y mi sobrino Julio y su mujer en Madrid, donde llegamos el domingo día 28 de junio procedentes de Sevilla, para abreviar el relato y hacer la lectura menos tediosa en lo posible, no entro en más detalles de desplazamientos, ni incluso en la parte más ingrata de los mismos: los trámites, esperas y necesarios controles en los aeropuertos.

Me sitúo así directamente en nuestra llegada al día siguiente a Venecia,  a nuestro barco. Se trataba del Costa NeoClassica, de la compañía genovesa Costa Cruceros.

Serían como las 4 de la tarde. Estábamos hambrientos, sin ingerir nada desde un temprano desayuno. Nos preguntábamos que nos tendrían preparado para comer a hora tan tardía. Para nuestra sorpresa, en el restaurante llamado La Trattoria, nos obsequiaron con un bufé de lo más variado y apetitoso.


Como viajábamos con tarjeta MAIN, o sea, paquete de bebidas incluidas (salvo excepciones), nos servían en la mesa o retirábamos nosotros las que nos apetecía.


Esa Tarjeta Costa nos sirvió en todo momento como carné de identidad. Asimismo, una vez validada la de crédito personal, también para el pago inmediato de posibles compras a bordo, incluidas las excursiones y la cuota de servicio, sistema que resultaba muy operativo. De no hacerlo así, creo recordar que eran 175 euros por persona los que había que anticipar, para ajustar cuentas al final del trayecto.


Dedicamos parte del resto de la tarde a ordenar el vestuario y conocer el buque. El camarote, muy bien equipado, disponía de vistas al mar como habíamos contratado. Luego comprobamos que mereció la pena pagar un precio superior por esa elección.

Curiosamente, echamos en falta una de las maletas. Bajé a la oficina de información, atendida por personas que hablaban hasta cuatro idiomas, según las banderitas que lucían, aunque el español era el idioma dominante por el número de pasajeros y tripulantes sudamericanos.

La maleta la habían retenido en el control del barco, cuando había pasado repetidamente los de los aeropuertos. Motivo: una pequeña plancha, que mi mujer portaba usualmente. Me indicaron que allí estaban prohibidos esos enseres para evitar toda posibilidad de inicio de incendio por un descuido, causa frecuente en los siniestros marítimos. Quedó confiscada, pero nos fue retornada a su debido tiempo.


Debía resolver otra cuestión. Teníamos asignado el primer turno para la cena: entrada al comedor, en este caso el salón llamado Tívoli, de 19.30 a 20 horas. Para los españoles, en general, ese horario es más propio para la merienda. Así que el maître general, atendió con amabilidad una larga cola y no hubo problemas, nos cambió  a las 22-22,15.

Ese comedor de lujo estaba dispuesto principalmente para el servicio de la cena con reserva de mesas, o bien para el desayuno, pero, en ese caso, limitado desde las 7 a las 8.45 horas y en lugar de libre elección. Había que presentase ataviados con vestimenta formal, incluso elegante en alguna ocasión. Luego me informé por el mismo maître, que a pesar del cambio, cuando nos apeteciera, podíamos cenar en La Trattoria sin previo aviso. No llegamos a hacerlo, porque resultaba cómodo el servicio completo en las mesas, en un ambiente a veces muy animado por determinadas celebraciones.

Mientras mi mujer reposaba su pie dolorido en las hamacas de la zona de piscinas, situadas al aire libre en el puente número 11, aproveché para bajar y recorrer el puerto y así conocer los medios de transporte para desplazarnos a la ciudad a la mañana siguiente. En esa ocasión la visita no sería por excursión concertada.


Todas las tardes nos dejaban en la puerta del camarote el Today hojas informativas en español, para divulgar las actividades diarias de a bordo, las excursiones programadas, o las noticias del puente de mando sobre la singladura.


La mañana del día 30 de junio visitamos Venecia. Llegamos en un vaporetto que hacía el servicio regular entre el puerto y las proximidades de la plaza de San Marco.

Como nota negativa, habíamos escuchado ocasionalmente sobre la pestilencia y suciedad del agua de sus canales. No nos pareció tal. No es que las aguas estuvieran cristalinas, pero si renovadas por el flujo del mar y tampoco apestaban.
Nos pareció una ciudad preciosa. Paseamos por varias calles céntricas. Nos llamó la atención la vistosidad y presentación de numerosos escaparates y el lujo y alto precio de los artículos expuestos.


Aunque son muy conocidas y admiradas las imágenes de la plaza de San Marco, la realidad superó nuestra imaginación, por su espectacular y bella arquitectura.

Como la presencia policial en la plaza unida a la masiva afluencia turística ofrecían seguridad, mi mujer quedó entretenida contemplando el ambiente, mientras yo caminé hasta el puente de Rialto. Después del largo paseo, resulta que lo encontré prácticamente oculto por obras.

Ea, pues, para no extenderme más, ya estamos de nuevo en el barco.

A las 5 de esa tarde, previo simulacro de emergencias equipados con chalecos salvavidas, zarpamos para cruzar el mar Adriático con rumbo a Split, en Croacia.

Continuará…