martes, 23 de enero de 2018

Ruta italiana, 2.




Martes, 25 de julio de 2017.

Por la mañana llegamos a Florencia y caminamos desde donde nos dejó el autobús hasta la catedral (Il Duomo) y el Baptisterio, justo frente a la misma, monumentos de gran belleza externa, aunque, para dedicar el tiempo a otras visitas consideradas de mayor interés, no se estimó oportuno conocer su interior.


Desde allí nos acompañó el guía local, cuyo nombre y persona recuerdo en este caso: Stefano (en la foto superior posa con Isabel). Junto a él hicimos un extenso recorrido por el centro de la ciudad hasta llegar al Puente Viejo (Ponte Vecchio) sobre el río Arno.


Seguidamente paramos en la plaza de la Señoría para contemplar una copia de la estatua del David de Miguel Ángel, situada donde estaba expuesta la original hasta 1873, año en que fue trasladada donde permanece en la actualidad: la Galería de la Academia.


Por la masiva afluencia de público a esa galería, se decidió visitar el Palacio Bargello, convertido y considerado como el museo de arte renacentista más importante del mundo, con bastantes obras del propio Miguel Ángel, incluso su busto.

Seguidamente, paramos para almorzar en un restaurante próximo a la Capilla de los Medici, lugar fijado para reunirnos después de la comida, tras hora y media de tiempo libre.

Marchaba con mi mujer con idea de hacer alguna compra, cuando nos encontramos con parte de un grupo con quienes ya habíamos entablado una amistosa relación. En ese caso, Chema y Lucía, de Madrid, el hijo de ésta, Emilio, joven de apenas 18 años, de carácter atento y bondadoso y con Vicente, zaragozano.

Se encaminaban hacia la Galeria Uffizi, que aunque se encontraba lejos del lugar de encuentro, pensaban que el tiempo libre en esa ocasión era más que suficiente para la ida y el retorno, así que consideramos más seguro y divertido unirnos y pasear con ellos. Ya encontraríamos durante el trayecto una tienda para la compra prevista.

El joven Emilio comento: “lo malo será volver”. No sospechaba que aquellas palabras resultaron proféticas. Arreció la lluvia que de forma intermitente nos venía acompañando a lo largo del día. Rachas de fuerte viento doblaban las varillas de los endebles paraguas adquiridos para una ocasión pasajera. Los de Chema y Vicente quedaron totalmente inservibles, por lo que tuvieron que seguir caminando bajo la lluvia sin protección alguna.

Tan adversas condiciones meteorológicas nos motivaron a optar por emprender el camino de regreso, e influyeron para que terminásemos extraviados. Disponíamos de un mapa, pero impreciso. Preguntamos en varias ocasiones y, aunque no resulta difícil entender un italiano elemental y concreto, por lo visto no nos enterábamos bien o no nos explicábamos con claridad, lo cierto es que no dábamos con el camino correcto. Emilio consultaba la oportuna aplicación en su móvil y repetidas veces nos decía: “¡Por aquíii!” Lo seguíamos crédulos e ilusionados… para terminar decepcionados, pues repetidas veces topábamos con lugares ya conocidos. Tal parecía que nos habíamos adentrado en un gigantesco laberinto urbano.

Lucía comentaba sentirse herida en su amor propio por terminar perdida en Florencia, habiendo transitado sin dificultad por ciudades más populosas y complicadas. Precisamente, por amor propio tratábamos  de evitar llamar a Isabel, pero como la hora y media de tiempo libre expiraba y seguíamos perdidos, mojados (algunos empapados) y agotados de tanto caminar, no tuvimos otra alternativa que hacerlo.


Escasos minutos pasaron cuando teníamos a Isabel con nosotros, pues  para aumento de nuestra frustración, nos encontró cerca del punto de reunión. Ella quedó sorprendida al conocer que seis personas adultas, en pleno día, aunque fuera lluvioso y con los actuales medios de orientación, se perdieran en Florencia; más sorprendidos y contrariados estábamos nosotros. Eso sí, podíamos presumir de haber recorrido las calles y el centro comercial de la ciudad, con mayor detalle que el resto del grupo, aunque sin tiempo ni apetencias para recrearnos contemplando sus lujosos escaparates.


Aún hubimos de seguir caminando hasta el autobús para regresar al hotel, previa una parada en un mirador presidido por otra réplica de la estatua del David de Miguel Ángel, desde donde se divisaba una maravillosa vista de Florencia y el curso del río Arno.

Miércoles, 26 de julio.


Según el programa, en ruta para Pisa, paramos para visitar Lucca, otra preciosa ciudad medieval, abarcada por baluartes bien conservados y construidos con un trazado irregular concebido para una estratégica defensa.

El autobús nos dejó en una zona de extramuros, desde donde nos acompaño la guía local. Caminábamos para acceder al centro urbano por una puerta de la muralla, cuando mi mujer, afectada con rozaduras en los talones a consecuencia de la caminata del día anterior, se cayó de forma inesperada en un suelo llano, a pesar de calzar unos zapatos cómodos.

Como caminaba cogida a mi brazo, me arrastró en la caída. Me levanté sin dificultad para ayudarla, aunque ya todo el grupo había acudido solícito para socorrernos. Comprobamos que solo sufrió una leve herida superficial en un codo, así que el cómico batacazo, pues ella “aterrizó” hacía adelante y yo caí hacia atrás, solo quedó en una anécdota más a añadir a los incidentes del viaje a que me refería al inicio de estos relatos. Eso sí, en adelante extremamos los cuidados al caminar y tomamos ocasionales y oportunas medidas por sus pies doloridos, que soportó con entereza, para adaptarnos y no entorpecer el ritmo de marcha del colectivo.


Ya en la ciudad, el primer monumento que contemplamos, aunque en ese caso solo por el exterior, fue la iglesia de San Miguel en Foro. Nos sorprendió gratamente la belleza y originalidad de su fachada y las columnatas laterales.


A continuación visitamos su monumental catedral, llamada de San Martín. Allí sí que la guía nos explicó con detalle todo su interior de extraordinario valor artístico.

Después seguimos paseando por sus calles y plazas centrales para ver el exterior de numerosos monumentos más, hasta llegar al autobús y continuar viaje.


A mediodía llegamos a Pisa. El autobús nos dejó en una extensa zona de aparcamientos alejada del  centro urbano hasta donde caminamos. Al entrar por una puerta elegida de la zona amurallada, quedamos asombrados ante la impresionante y repentina vista de la llamada Plaza de los Milagros, un conjunto principalmente formado por el Baptisterio, la Catedral y la Torre Inclinada al fondo, edificios todos con el exterior de mármol blanco.

Aquella visión me hizo recordar el soneto que dedicó Cervantes al túmulo erigido en Sevilla tras la muerte de Felipe II:

“Vive Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla,
porque: ¿a quién no sorprende y maravilla,
esta máquina insigne, esta riqueza?...”

Seguidamente, fuimos directos al restaurante concertado para el almuerzo. Para mi contento, aunque no me libré de un primer plato de pasta, al menos, como excepción, nos sirvieron un segundo de pescado: rodajas de chipirones enharinados y fritos que me resultaron exquisitos.

Después de la comida, fuimos guiados por un joven y simpático italiano, natural de la misma ciudad, que se expresaba con un perfecto dominio del español coloquial, pues se había licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Salamanca.


No recuerdo el nombre de tan agradable guía, pero, para que perdure su recuerdo, aparece en la foto superior, explicándonos el interior del Baptisterio.

Antes de continuar con el relato, no me resisto a incluir dos de los ocurrentes tópicos que nos contó, aun a sabiendas de que solo se trata de divertidas anécdotas alejadas de la realidad, pues él mismo las tomaba con humor.

Como es frecuente en general, también en la Toscana existe rivalidad entre ciudades cercanas, muy enconada entre Florencia y Pisa. En este caso se remonta al siglo XV, cuando la República de Pisa fue anexionada por la de Florencia.

*Galileo Galilei nació en Pisa, pero está enterrado en Florencia, así que nos dijo que allí nunca descansará en paz rodeado de florentinos.

*Los habitantes de Lucca tienen fama de tacaños en toda la región y aseguran que sus mujeres tienen tres tetas, pues en la antigüedad atesoraban monedas introduciéndolas por el canal de los pechos y en consecuencia les creció otra de oro.

Bueno, pues a continuación contemplamos la famosa Torre, que pasa un poco desapercibida ante tanta grandiosidad, aunque no tuvimos ocasión de subir. Nos explicó que la inclinación fue debida a un fallo de construcción por su escasa cimentación, por lo que el arquitecto quedó relegado al olvido. Recientemente han inyectado un refuerzo en el subsuelo, consiguiendo enderezarla cincuenta centímetros. Prevén que se mantenga así, al menos doscientos años.


Seguidamente recorrimos todo el interior de la artística Catedral, que nos explicó con todo detalle. A la salida nos mostró, a la izquierda de la plaza, lo que fue el antiguo hospital.


Como el índice de mortalidad era muy alto, el cementerio de la época estaba situado justo enfrente del hospital. Esa cercanía les facilitaba un cómodo y breve traslado de los difuntos.

Siguió la visita por dentro del Baptisterio, también repleto de obras de arte. Nos sorprendió que, como los niños no debían entrar en los templos sin cristianar, para la simple función del bautizo construyeran esos imponentes edificios independientes, frecuentes en varias ciudades italianas.

Terminadas esas visitas, se despidió el guía local y fue Isabel quien quedó al frente de quienes deseaban seguirla a pasear por las calles céntricas, o bien, los que así lo preferían, podían recorrer a su aire un extenso mercado al aire libre instalado a lo largo de una zona extramuros en dirección a los autobuses.

Como mi mujer continuaba con las dolorosas rozaduras en los talones, solo protegidas por simples tiritas, propuse a Isabel que nosotros optábamos por retornar andando despacio hasta los aparcamientos. Quedamos de acuerdo, pero nos pidió que esperásemos a los demás a mitad de camino, donde encontraríamos una plazoleta con unos bancos y una pequeña fuente en medio.

Caminar, caminar y caminar, pero por allí no aparecía ni plazoleta, ni bancos ni fuente, así que creímos lo más sensato seguir a la muchedumbre que se dirigía hacia la zona de aparcamientos. Llegados allí, aun se complicó la situación, pues entre tantos autobuses no encontrábamos el nuestro.

Esperando en el entorno, llegaron un matrimonio de Mallorca y otro de Tarragona, amables compañeros de viaje, a quienes les había ocurrido el mismo caso, o sea, que no fuimos los únicos en no localizar el punto indicado. Luego supimos que la dicha plazoleta quedaba oculta por el gentío.

Me resistía a telefonear de nuevo a Isabel, pero no  tuve otra alternativa, pues pasaba el tiempo, llegaba la hora fijada para la partida, y no divisábamos a nadie conocido. Le expliqué el lugar de nuestra espera, no lejano al autobús y allí apareció con el resto del grupo. Seguidamente emprendimos el largo recorrido de retorno para la cena y alojamiento en el hotel.

Tras la cena, manteníamos una animada tertulia con las personas citadas en la “aventura” de Florencia, a la que se unían habitualmente nuestros compañeros de mesa: Rafael y Blanca, de Valladolid, Carlos y Emilia, barceloneses y Emilio y Clemen, extremeños y el joven Emilio. Los nombro porque queden en nuestro recuerdo aquellas personas con quienes mantuvimos más estrecha y grata convivencia.


Continuará...

domingo, 7 de enero de 2018

Ruta italiana, 1.


En el verano de 2017, mi mujer y yo optamos por conocer la variante de viajar mediante un circuito turístico en autobús, en vez de repetir los cruceros marítimos de los dos años precedentes, a los que ya dediqué las correspondientes entradas.  

Elegimos uno con destino a Italia, organizado por la empresa turística Travelplan, llamado: “Encantos de la Toscana y Roma”. En realidad, debieran añadir también la Umbria, región incluida en el itinerario y de la que visitamos dos de sus más afamadas ciudades, como son Asís y Perugia, su capital.

La experiencia nos resultó inolvidable por la grata compañía encontrada, por la experta dirección de Isabel, la responsable del grupo --a quien dedicaré el siguiente párrafo--, por la destreza del conductor, el napolitano Máximo, y porque nos sucedieron una serie de incidentes y vivimos momentos de angustia, pero, por fortuna de esos que, una vez superados, quedan para ser contados a modo de divertidas anécdotas.

Isabel, siempre presente, aunque sustituida en determinadas visitas por guías locales según lo establecido, resultó ser una mujer instruida, desenvuelta, atractiva, con sentido del humor y no exenta del firme carácter preciso para la brega con dispares grupos, a lo largo de siete meses de ininterrumpido trabajo por Italia y en ocasiones por otros países europeos.

Bueno, pues sin más preámbulos, doy principio a estos relatos.

Domingo 23 de julio.-

En vuelo directo desde Sevilla, a las 23.45 aterrizamos en el aeropuerto Leonardo da Vinci, situado en Fiumicino y cercano a Roma. Llegamos con antelación a la hora prevista, pero luego hubimos de permanecer  largo rato a bordo de la nave en espera de que llegara la escalera de desembarque y el autobús para trasladarnos a la distante terminal.

Confundidos, siguiendo al gentío que avanzaba, terminamos en la inmensa sala de llegadas, pero atrás quedó el equipaje facturado. Retroceder estaba prohibido. Allí nos esperaba ya quien había de llevarnos en coche hasta el hotel. Enterado del caso, nos informó que, para poder entrar de nuevo, era preciso gestionar la recogida del mismo en la oficina de los “carabinieri”.

Realizados los trámites oportunos, retorné hasta las cintas transportadoras, donde, por fin, para mi contento, divisé nuestra maleta dando vueltas en solitario.

A continuación nos pusimos en camino hasta el hotel Barceló Aran Park. El conductor, Bruno, un napolitano gracioso, nos amenizó el recorrido contándonos en un español fluido, que la madre le prohibió viajar a España, donde el padre marchó y nunca regresó, pero el destino motivó a Bruno casarse con una santanderina, así que no tenía más remedio que hacer caso omiso al mandato materno. Después, mi mujer me contó, que cuando yo marché en busca del equipaje, le aconsejó riéndose, que aprovechara la ocasión para librarse de mí.

Cuando finalmente llegamos al hotel era la 1:45 de la madrugada. El recepcionista nos señaló el tablón donde estaban expuestas las rutas para ese mismo día. La nuestra estaba fijada para las 7:30, o sea, que disponíamos de escaso tiempo para el descanso.

Lunes 24 de julio.-

A las 7:30 de la mañana, cuando ya estábamos dispuestos para subir al autobús, nos enteramos por Isabel que la tarde anterior había mantenido una reunión con gran parte de los compañeros de viaje ya presentes en Roma y habían acordado demorar la salida a las 8:00 horas; hora a la que daría comienzo nuestra intensiva andadura.


La primera parada fue en la la ciudad medieval de Asís, enclavada en la cima de un monte coronado por un castillo del siglo XIV, llamado la Roca Mayor.


Visitamos primero la basílica de Santa Clara, para después caminar hacia la de San Francisco situado al lado opuesto de la ciudad, paseando por bellas calles, en las que destaca un templo romano erigido a Minerva. Lloviznaba de forma intermitente.


La impresionante y artística basílica de San Francisco está construida a dos alturas. Iniciamos la visita por la planta baja y cuando aparecimos en el claustro situado en la superior, nos sorprendió un intenso aguacero, que en aquel  escenario medieval nos sobrecogió.

Seguidamente, paramos para comer en el restaurante del hotel Windsor. Con todo cuanto me gustó Italia, en mi caso particular, fue precisamente la gastronomía el aspecto negativo, pues poco amigo de los platos de pasta, éstos no faltaron en nuestros menús, bien en el almuerzo, bien en la cena, cuando no en ambas comidas.


Continuamos viaje hacia Perugia, divisando a nuestra izquierda el lago Trasimeno, famoso por librarse en su entorno la tercera de las batallas de la II Guerra Púnica, en la que los ejércitos de Aníbal infligieron una nueva y severa derrota a las legiones romanas.


Entramos en Perugia por una fortificación medieval, construida sobre una fortaleza etrusca, según nos mostró la guía local. Esa región estuvo habitada tanto por etruscos como por umbros, pueblos luego sometidos por los romanos, pero con los que se mezclaron, entrando a formar parte de su civilización.

Después, caminata extensa por la ciudad, contemplando sus bellas calles y plazas, o bien visitando el interior de notables edificios.

Dispusimos de tiempo a nuestra libre disposición, especialmente para compras, pues son típicos de allí los productos elaborados con trufas, derivados de las mismas y salsas sucedáneas.


Ese atardecer llegamos a un antiguo monasterio convertido en hotel, el Fattoría Pitiana, situado en la cima de uno de los montes florentinos, distante unos 25 kilómetros de Florencia. Las vistas eran maravillosas, con abundantes cipreses, árbol emblemático de la Toscana. Allí nos alojamos 3 noches y nos sirvió de punto de partida para el recorrido por la región.

Bueno, pues aquí doy término a esta primera entrada. Continuaré con el relato por jornadas completas.