Sábado,
29 de julio de 2017.-
Esa mañana, como de costumbre,
nos recogió el autobús estacionado próximo a la puerta del hotel para
trasladarnos a la basílica de San Pablo
Extramuros, primera de las visitas programadas para la jornada.
Llegados allí, se unió a
nosotros el guía local, del que en este caso recuerdo su nombre: Nino, un simpático
italiano que hablaba un asombroso español, incluso utilizando todo tipo de
modismos y refranes en nuestra lengua cuando venían al caso. Como tenía aspecto
de mexicano y el agradable acento de ese querido país, le pregunté por su
origen y, para mi sorpresa, me respondió que era de ascendencia italiana,
incluso, si mal no recuerdo, nativo de Roma. Lo curioso es que él mismo se
sorprendía de su acento y no le encontraba explicación, pues aunque estuvo
casado con una mujer de habla hispana, ésta era dominicana y no mexicana.
La basílica y una abadía anexa
forman el impresionante conjunto de San Pablo Extramuros. El interior del
templo se encuentra repleto de obras de arte, entre ellas, una serie de
medallones con las figuras de los papas, desde San Pedro hasta el actual:
Francisco, seguidos de otros en blanco en espera de sucesivos pontífices.
Con todo, el atractivo
principal es el sepulcro donde la tradición popular sitúa los restos de San
Pablo, martirizado en tiempos de Nerón y enterrado allí, lo que convierte el
lugar en uno de los puntos de destino y veneración de las peregrinaciones
católicas romanas.
Viajamos después para conocer
las catacumbas de Domitila, llamadas
así porque la tradición cuenta que se excavaron en terrenos cedidos por Flavia
Domitila, nieta del emperador Vespasiano y sobrina de su hijo, el también
emperador Domiciano, quien, a pesar del parentesco la mandó ejecutar por
cristiana.
Durante el trayecto, Nino nos
explicaba cuanto de interés se divisaba en el entorno. Sobre las catacumbas nos
informó que hay sesenta localizadas en Roma, de las que unas seis son las
visitadas, pero que no diéramos crédito a la general creencia de que eran lugares
de ocultación de los cristianos huyendo de las persecuciones de los romanos;
escenario tan falso como recurrente que nos muestran las películas, pues, ni
mucho menos ofrecían espacios de refugio. Ya lo comprobaríamos.
Eso mismo nos confirmó la guía
encargada para la ocasión cuando iniciamos el descenso, en un recorrido
limitado de los quince kilómetros descubiertos.
En principio visitamos una
pequeña basílica, pero ya construida a fines del siglo IV por el papa San
Dámaso, sobre la cripta donde fueron enterrados los mártires Nereo y Aquileo.
Después nos adentramos en las galerías; todo un laberinto de estrechos y tenebrosos pasillos distribuidos en
varios niveles de profundidad. De cuando en cuando, aparecían algunos espacios
que sirvieron de panteones familiares.
También vimos infinidad de
nichos rectangulares y de escaso fondo excavados en las paredes, muchos de
ellos de pequeñas dimensiones, para niños, pues los cadáveres eran sepultados en posición lateral, simplemente envueltos con ropas. A los lados se pueden comprobar los huecos
para las lámparas de aceite, de las que había colecciones y, a veces, aún se
pueden apreciar las manchas de tizne que desprendían. Aparte de una tenue
iluminación, esas lámparas ardiendo reducían la pestilencia. Nos quedó claro
que lugares tan insalubres, tétricos y estrechos, no reunían condiciones de
escondite para ningún colectivo.
Son frecuentes los frescos
sobre algunos nichos o panteones. En una
tumba en forma de arco, pudimos contemplar en la parte interna superior la
pintura de una Santa Cena y de
frente, a San Pedro y San Pablo. El primero con pelos rizados y
canosos en la cabeza y la barba y el segundo bastante calvo y con barba negra.
La guía nos hizo notar que San Pedro no portaba las llaves de Cielo, atributo
aún no considerado por aquellos primeros cristianos.
A la caída del Imperio Romano
las tumbas fueron saqueadas, en busca de objetos de valor.
Salí impresionado a la
superficie, pero contento por la histórica experiencia vivida. Eso sí,
plenamente convencido de que, en solitario, yo no bajaba ni a la pequeña
basílica iluminada, aun con la certeza de recoger un tesoro.
(Mi gratitud al componente del
grupo que, con disimulo, tomó una serie de fotografías y me proporcionó
algunas, lo que me ha permitido seleccionar las dos que ilustran este apartado).
Seguimos la ruta de nuevo con
Nino como guía local e Isabel como responsable del grupo, para visitar desde el
exterior la basílica de San Juan de Letrán, considerada la catedral de Roma por
ser la sede de su obispo, o sea, del papa.
La que sí conocimos con detalle
fue la basílica de Santa María la Mayor.
Otro templo repleto de obras de arte. En su interior están enterrados varios
papas y también se encuentra la tumba
del famoso escultor Bernini.
A la derecha de la puerta
principal, bajo unos soportales, se erige una estatua en bronce al rey español Felipe IV, benefactor de ese templo, muy vinculado a la corona
española hasta la actualidad.
Una vez terminada la visita nos
despedimos de Nino y marchamos hasta el autobús para retornar a mediodía al
hotel.
Esa tarde, a las 20:00 horas,
nos recogieron de nuevo para trasladarnos al barrio del Trastévere, pues teníamos incluida una cena típica italiana en un
restaurante llamado La Piazzeta.
Nos encantó el bohemio y
castizo barrio por su bullicio y animación, incluso vecinos jugaban a las cartas
en una mesa situada en plena calle. Un ambiente latino, familiar, que nos
recordaba las películas del cine neorrealista italiano, algunas de ellas
interpretadas por Alberto Sordi, nativo del lugar, cuya casa de nacimiento lo
señala una placa como pudimos comprobar.
Finalmente, gran parte del
grupo regresamos al hotel en el autobús y algunos se quedaron para volver por
su cuenta.
Domingo,
30 de julio.-
Bueno, pues nos llegó el día
del retorno. Hubo quienes aprovecharon la mañana libre para conocer algunos
lugares de Roma donde no estuvimos, o solo visitamos de pasada, pero mi mujer y
yo, en previsión de que por cualquier contrariedad perdiéramos el vuelo a
Sevilla, optamos por permanecer en el entorno del hotel donde nos recogerían a
las 15:15 para trasladarnos al aeropuerto.
Llegó la hora y nadie aparecía
para recogernos. Rebasados unos minutos de incertidumbre, me vi obligado de
llamar al número de teléfono previsto para casos de emergencia. Me respondieron
que no nos preocupásemos, pues un coche ya estaba en camino.
No voy extenderme por no hacer tedioso este
apartado, pero lo cierto es que al final, aunque llegamos a ponernos en cola
justo con las dos horas previas al vuelo exigidas, no llegamos a tiempo al
mostrador de facturación y, aunque facturaron nuestro equipaje, nos entregaron
tarjetas de embarque sin asientos, a pesar de tener el vuelo cerrado con meses
de antelación: overbooking.
Tuvimos que superar infinidad
de dificultades, pero por suerte, al final conseguimos el vuelo previsto a
Sevilla.
Durante el trayecto aéreo,
pudimos divisar con claridad todo el través de la isla de Cerdeña.
Ya en Sevilla, mi hijo me
comentó que venden determinado porcentaje de billetes por encima de la
capacidad del avión, en previsión de quienes no se presenten, por lo que es
recomendable confirmar la tarjeta de embarque con antelación. Nada sabíamos, ya
que en los años precedentes viajamos en vuelos concertados con los cruceros.
Curiosamente, el lunes
siguiente, en el panel de un concurso televisivo pudimos leer: “overbooking: estafa legal que puede
arruinarte las vacaciones”. En nuestro caso no llegó a tanto, pero desde luego,
aquella tarde nos la amargó.
Con todo, remato estos relatos
como los inicié. La experiencia fue inolvidable, por cuanto viajamos, por cuanto
vimos, por cómo nos fue explicado, por las personas que conocimos y porque
vivimos momentos que la convirtieron poco menos que en una aventura.
Vale.