sábado, 27 de mayo de 2017

Crucero por el Báltico, 1.



Por las razones que exponía al término de la última entrada, publicada el pasado día 21 de enero, con la que daba fin al relato del crucero desde Venecia a Estambul, al año siguiente, o sea, en 2016, mi mujer y yo repetimos la experiencia. Para la segunda ocasión, elegimos el mar Báltico como escenario.


La compañía fue la misma: la italiana Costa Cruceros. El buque, el Costa Luminosa, aún más lujoso que el Costa NeoClassica con el que navegamos el año anterior.

Pero en adelante, afectado ya por la pereza narrativa después de cinco años dedicado a estos menesteres de bloguero aficionado, salvo casos imprevistos, me limitaré a relatar algunos viajes, siquiera porque quede constancia para mi propio recuerdo.

Estocolmo. Sábado, día 9 de julio de 2016.

Conforme a mi propósito, prescindo de contar el viaje previo y estancia del día anterior en España y me sitúo ya directamente en las 15 horas de ese día cuando, en vuelo procedente de Madrid, aterrizamos en el aeropuerto de Arlanda.

Temperatura agradable. Unos 23 grados. Ligeras lluvias.

Para nuestra grata sorpresa, personal de la compañía se encargó de transportar nuestros equipajes hasta la misma puerta de los camarotes.

Como la distancia hasta el puerto de Estocolmo es de unos cincuenta kilómetros, nos trasladaron en autobús. Tuvimos así la oportunidad de contemplar un bello paisaje, llano o ligeramente ondulado, muy verde y forestado.

Los campos de cultivo para el ganado estaban ya cosechados y las alpacas, de forma rectangular, dispuestas de forma ordenada y envueltas en plástico blanco.

Teníamos reservado el camarote 8.357, situado en la aleta de estribor, a una altura de un edificio de ocho plantas.

Era lujoso, incluso disponía de un balcón exterior equipado con dos sillas y una mesa. Lástima que solo en contadas ocasiones pudimos gozar de esa intimidad externa contemplando el panorama, bien por las frecuentes lluvias, bien por temperaturas demasiado frescas a medida que avanzábamos con rumbo norte.

Esa tarde la dedicamos a acomodarnos, registrar la tarjeta personal de crédito y conseguir la interna, que nos facultaba para todo tipo de pagos a bordo y como documento de identidad.

Cambiamos el turno para la cena a las 21:30, pues, en contra de lo previsto, nos habían asignado el primero, o sea, a las 19:00, que para nosotros supone una hora más propia para la merienda.

Recorrimos las distintas dependencias y servicios del buque. Los puentes o cubiertas tenían nombres de gemas. Consultamos el Diario di Bordo (el año anterior el Today); hoja divulgativa donde publican las distintas actividades internas y externas.

Concertamos las distintas excursiones elegidas y nos entrevistamos con la asistenta en lengua española.

No tuvimos problema alguno para expresarnos en español, aunque, si el año pasado era el idioma sobresaliente a bordo, ahora solo resultaba notable, pues la mayoría del pasaje la componían italianos. También eran numerosos los tripulantes de habla hispana.


A las seis de la mañana del día siguiente zarpamos con destino a Helsinki. Para salir al mar abierto hubimos de recorrer el fiordo de Estocolmo. Tiene una longitud de 54 millas. Es llano y muy arbolado. El litoral lo componen unas 27.000 islas, algunas diminutas, otras con dimensiones para ser habitadas, aunque solo fuera con una sola casa típica de esos países nórdicos. En suma, un bello panorama.


Helsinki. Lunes, día 11 de julio de 2016.

Llegada a las 8:00 horas. 193 millas recorridas desde Estocolmo. 26 horas de navegación.

Temperatura similar a la de Estocolmo. Nubes y claros, pero sin lluvias.

La excursión elegida fue la de visitar primero el pueblo medieval de Porvoo y así tener la oportunidad de viajar por autobús unos 50 kilómetros por tierras finlandesas, antes de retornar a la capital.

Contemplamos un precioso paisaje ondulado, muy arbolado, con abundante agua y también, los campos de cultivo de forrajes ya recolectados. Las alpacas también envueltas en plástico blanco, pero en ese caso, de forma cilíndrica y no rectangular como en Suecia.


Mucho nos gustó Porvoo, pequeña ciudad medieval que recorrimos a pie. Edificios antiguos pero muy bien conservados, adornados con numerosas plantas y flores. Calles muy pintorescas.

El conductor, un típico finlandés, hablaba un aceptable español. Me informó que su madre pasaba temporadas en la Costa del Sol, donde él acudía con frecuencia.

Por el contrario, la guía tenía aspecto moreno y un sorprendente dominio de nuestro idioma. Le pregunté admirado y me informó que era argentina, pero que ya se sentía integrada en Finlandia.

A media mañana llegamos a Helsinki. El autobús nos dejó en la zona central. Tenía verdadera ilusión y curiosidad por visitar esa ciudad desde que leí hace bastantes años Cartas finlandesas, de Ángel Ganivet.

Es de destacar la amplia Plaza del Senado, presidida por una estatua ecuestre del zar Alejandro II y la proximidad en alto de la catedral.

Nos contó la guía una breve historia del país: perteneció al reino de Suecia desde la Edad Media hasta las Guerras Napoleónicas, cuando fue anexionada por Rusia.

Aprovechando la revolución rusa de 1917, el senado se declaró independiente. Lenin tenía en estima a Finlandia, donde había residido. Además, como los rusos estaban viviendo los momentos críticos de su revolución, les confirmaron la independencia sin oposición notoria. Así que este año celebran su centenario.

Sin embargo, me resultó curioso no ver banderas nacionales por ningún sitio. Ni en los que aparentaban ser edificios oficiales.

También resultaba extraño que un zar ruso siguiera presidiendo la plaza principal, pero según nos explicaron, Alejandro II fue benefactor y protector del país y los finlandeses respetan su memoria.

Aunque el idioma más hablado es el finés, el sueco también se considera lengua oficial.


Aquí remato este relato, pero no sin añadir una anécdota sucedida en un mercado al aire libre, situado en las proximidades de la Plaza del Senado: eran numerosos los puestos con expositores de vistosas cerezas. Las amables vendedoras nos dieron a probar. Estaban exquisitas. Supimos luego que procedían de España, del Valle del Jerte. Costaban 5 euros el kilo. Para mi sorpresa, a mi regreso a Sevilla, comprobé que aquí se cotizaban a precio similar.

Al día siguiente, en los comedores del barco, aparecían entre los numerosos postres. Está claro que se abastecieron en Helsinki de cerezas del Valle del Jerte. Resulta curiosa la importación de grandes cantidades de un producto español y que pese a la distancia los precios de venta sean similares a los de su origen.

A las 18:00 horas partimos con destino San Petersburgo.