Jueves,
26 de julio de 2018.-
Muy temprano, a las 7:15, partía nuestro
autobús desde el hotel con destino a Praga.
Prevista una parada en el camino.
Panorama similar al de la ruta desde
Budapest a Viena: extensas llanuras boscosas y campos de girasol o maíz, aunque
en esta ocasión pasamos cerca de una población importante: Brno, capital de
Moravia, una de las regiones que componen la República Checa.
No lejos de allí se extendía un
gran pantano, acondicionado además con zonas recreativas y algunas viviendas de
residencia veraniega.
Llegamos a Praga, como estaba programado,
a la hora de comer. Nada más terminar el almuerzo se nos unió la guía local,
checa, de nombre Elena, quien nos acompañó en todas las excursiones.
(Importante el consejo previo de Leticia
de usar calzado cómodo, porque las calles estaban empedradas con pequeños
adoquines cuadrados y el recorrido fue de unas tres horas. También muy a
propósito su consejo de prestar la máxima atención al paso de los tranvías, que
circulaban con preferencia absoluta, o bien, cuidado al atravesar por los
semáforos, porque en Praga, el “muñequito” se pone rojo en pocos segundos.
Apenas da tiempo de atravesar la calle).
Bien, pues comenzamos por Nové
Mesto, Ciudad Nueva, hasta parar
en la Plaza de la República para contemplar la Casa Municipal y la Torre de la Pólvora. Seguimos por calles
comerciales y peatonales. Bellos escaparates con exposición de figuras talladas
con el famoso cristal de Bohemia, región de la que Praga es capital además de
la del estado. También son típicas las joyas con granate, piedra semipreciosa
de ese color y de gran dureza.
Continuamos dejando a nuestra izquierda
la Plaza de San Wenceslao y en su fondo
el Museo Nacional (a ese lugar me referiré más delante de forma detallada).
Llegamos poco antes de las 15:00 horas a Stare
Mesto, Ciudad Vieja, y a su plaza
principal, donde se encuentra el famoso
reloj astronómico de época
medieval. Esperamos que marcara la hora exacta para escuchar las campanadas y
ver las figuras de los doce apóstoles girando, aunque fue un tanto simulado
porque el reloj se encontraba en reparación.
Después de un tiempo libre, continuamos
hasta atravesar el río Moldava por el majestuoso
puente de Carlos, peatonal, de gran anchura y decorado con numerosas
estatuas y transitado de forma constante por multitud de personas.
Reunidos de nuevo en las torres del otro
lado del puente, paseamos por el bello barrio de Malá Strana, Ciudad Pequeña. Allí nos indicó Elena la calle de la
iglesia donde se encuentra el Niño Jesús de Praga.
A la vista de las numerosas carpas que
nadaban en el estanque de unos
jardines, nos comentó Elena, que son frecuentes los criaderos de esos peces en
el país. Aderezados y al horno son comida típica de Navidad. Sabía que para
nosotros (ella conocía España) es un pescado de tercera categoría, pero que,
como la República Checa está muy alejada del mar, la oferta de pescado fresco
es muy limitada y costosa.
Terminada la visita, retornamos al hotel
con el autobús. Descanso y cena a hora temprana.
Como era pronto para recogernos, nosotros
paseamos por el entorno y nos encontramos con una rotonda en medio de una plaza,
donde había un furgón con servicio de bebidas, generalmente cerveza. Ambiente
muy animado. Disponían de mesas, sillas, incluso hamacas. Muchas personas
acudían con algo de comida. Debía ser un espacio municipal. Nos comentaron que
aprovechaban la corta temporada de buen tiempo para disfrute en la calle.
Nos sentamos, pedimos la
afamada cerveza checa que, ciertamente, resultó exquisita y a muy buen precio.
Los camareros muy agradables. Me entendí con ellos hablando un poco de español,
un poco de inglés y un mucho de simpatía por su parte.
Motivados por esa animación (incluso
hubo baile en una ocasión), visitamos la zona las tres noches de estancia en
Praga. Pasamos gratos momentos, a veces con compañeros del grupo.
Viernes,
27 de julio.-
Esa mañana visitamos la zona monumental
llamada del Castillo, situada en una colina con maravillosas vistas de la
ciudad.
Entramos en la catedral de San Vito, donde se encuentran numerosos sepulcros
notables, entre ellos el del propio San Vito, San Juan Nepomuceno y el emperador del Sacro
Imperio Romano Germánico, Fernando I, quien fuera hermano de nuestro Carlos I.
También
se custodia el tesoro y las joyas de la corona. Para su acceso se precisan 7
llaves, cada una en poder de diferentes autoridades de alto rango.
Después de visitar el Palacio Real,
recorrimos el llamado Callejón del Oro, de pintorescas casas de apariencia
humilde. La número 22 fue adquirida
por la hermana del escritor Kafka,
para que éste pudiera retirarse a escribir tranquilo.
Desde la zona del Castillo podíamos
divisar otra colina, también con bellas vistas panorámicas, llamada de Petrin,
donde se erige una torre del mismo nombre, que se parece a la torre Eiffel. Aunque su altura es solo de 63 metros,
los nativos comentan con humor, que es tan alta como la parisina. Claro que, para
ello no cuentan la base del monte.
Bajamos caminando por una zona de viñedos
llamados de San Wenceslao, hasta llegar al restaurante concertado para la
comida. Después del almuerzo, nosotros retornamos en autobús al hotel. Tarde
libre.
Tras un tiempo de descanso, nosotros nos
desplazamos en metro, como así llaman también en Praga a ese medio de
transporte, hasta la parte antigua. Las líneas están a una profundidad
considerable y los trenes circulan a gran velocidad.
Primero nos dirigimos al barrio judío
para visitar una de las principales sinagogas de la ciudad.
Llegamos gracias a las indicaciones de unas señoras, al parecer madre e hija.
Las menciono como recuerdo de gratitud hacia ellas por tanta amabilidad. Se estaban
comiendo sendos helados, pero que no llegaron a terminar por atendernos. Tras
consultar detenidamente un mapa, al final nos indicaron en inglés que tomáramos
la tercera calle a la izquierda.
En las inmediaciones de la
sinagoga nos encontramos con una familia compañera del grupo, que nos orientó
hasta un importante cementerio judío.
Es frecuente ver en el suelo
unas placas cuadradas de latón con inscripciones de víctimas del Holocausto. No
se me ocurrió tomar alguna foto oportuna más representativa que la expuesta,
pues solo recoge una de ellas.
Continuamos callejeando hasta llegar al
puente de Carlos, lo cruzamos y llegamos hasta la iglesia donde se encuentra el
Niño Jesús de Praga. Nos sorprendió el recogimiento de los fieles allí
presentes. En realidad, esa actitud era común en el interior de los templos que
visitamos en cualquiera de las tres capitales.
A la vuelta íbamos con idea de llegar a
las cercanías de la plaza donde está el reloj astronómico, porque allí habíamos
visto unos típicos puestos de comida y esa noche, como todas las segundas de
estancia en cada ciudad, no teníamos incluida la cena.
Embocamos por una calle equivocada y nos
extraviamos. Vimos a un grupo de españoles, a cuyo frente iba una señora
portando una varilla con un lazo arriba a modo de guía y me dirigí a ella para
preguntarle. Empezó a reírse y se volvió al grupo para decirles que hacía tan
bien su labor que hasta dos extraviados como nosotros le preguntaban. Yo “piqué
el anzuelo”, pero al final todos nos reímos, fue muy divertido, aunque tampoco
conocían la orientación precisa. Al final preguntando por aquel laberinto de
calles de la Ciudad Vieja, llegamos a nuestro destino.
Tomamos el metro de regreso en una de las
estaciones que parten de la fachada de un edificio. Ya nos indicaron que eran
frecuentes, pero que mirásemos bien, porque solo ponen el nombre de la
estación, sin logotipo llamativo.
Antes de recogernos en el hotel, nos detuvimos
de nuevo en la animada rotonda a que antes hice referencia. Allí se personaron
varios compañeros. Compartimos un grato encuentro con un amable matrimonio de
Urioste, Ortuella (Vizcaya), que ya conocíamos desde Budapest. Curiosamente,
aquí toma realidad el dicho de que “el mundo es un pañuelo”, pues ellos fueron
vecinos y son amigos de una familia muy querida por mí desde los tiempos de mi
larga etapa bilbaína.
Con la próxima entrada daré
término a estos relatos.