GUSTAVO
ADOLFO BÉCQUER. MONASTERIO DE VERUELA Y ENTORNO.
(Con esta segunda entrada,
continuación de la del pasado día 12, concluyo el relato sobre el viaje por rutas de
Antonio Machado y Gustavo Adolfo Bécquer)
28 de septiembre de 2024.
Sábado.- Tras recorrer en coche y contemplar los bellos paisajes
costeros de Colliure, tomamos rumbo a San Martín de la Virgen de Moncayo,
distante unos 570 kilómetros, ya en la provincia de Zaragoza.
Almorzamos en ruta, en la
provincia de Gerona. A primeras horas de la noche avanzamos por una comarca
solitaria. Atravesamos algún minúsculo pueblo sin nadie en la calle. Solo nos
sorprendió uno muy alumbrado a cercana distancia.
Eso sí, carreteras bien
pavimentadas y bien pintados y señalizados los bordes, pero muy estrechas. Por
fortuna no encontramos tráfico de frente. ¿Qué hubiera pasado de cruzarnos con
un camión o autobús?
Llegamos a nuestro destino.
Municipio de solo unos 300 habitantes. Hotel La Corrala. Cenamos en un
restaurante cercano. Como cerraban pronto, retornamos al bar y a la recepción
del hotel. Tomamos unas cervezas y mantuvimos una amena tertulia antes de
retirarnos a nuestras habitaciones. Nos sorprendió gratamente el interior. El
hotel semejaba eso, una corrala, pero con elegantes balconadas. Las
habitaciones eran propias de un aparthotel, pues estaban equipadas hasta con
cocina.
29 de septiembre de 2024.
Domingo.- Si la previa ruta nocturna nos resultó deprimente por la
oscura soledad, como contraste, el amanecer nos alegró por estar acompañados de
gente amable, por contemplar un paisaje pintoresco y como fondo, el majestuoso
Moncayo, la montaña más elevada del Sistema Ibérico (foto de cabecera), que
pronto estará cubierta de nieve.
Nuestra meta ya estuvo casi
alcanzada. Nos encontrábamos en la comarca conocida como Somontano del Moncayo,
donde se encuentra el Monasterio de Veruela, que fue abadía cisterciense, (Real
Monasterio de Santa María de Veruela), retiro de Gustavo Adolfo Bécquer (en
adelante G.A.B.) en varias ocasiones; principalmente, entre diciembre de 1863 y
octubre de 1864, por motivos de salud, y con algunos desplazamientos a otros
destinos, como al balneario de Fitero en Navarra, la playa de Algorta, cercana
a Bilbao, o un viaje a Madrid.
Entonces, lo acompañaba su mujer,
Casta Esteban; su primer hijo, Gregorio Gustavo Adolfo, de corta edad y su
hermano, el pintor Valeriano Bécquer, ya separado de su esposa y también con
sus dos niños pequeños: Alfredo y Julia.
Como es sabido, fue en aquel
retiro donde G.A.B. escribió en 1864 “Desde mi celda”, conocidas como “Cartas
desde mi celda”. En realidad, un compendio de nueve artículos de prensa que publicó
el periódico “El Contemporáneo” de Madrid, del que era redactor. También
recorrió y escribió acerca de los paisajes y pueblos del entorno.
Personalmente, la lectura de
estos artículos me gusta tanto o más que sus Leyendas. Incluso uno de sus
biógrafos, Rafael Montesinos, dice de la Carta III, que es un prodigio de la
literatura.
Por su parte, Valeriano, como pintor
y dibujante que era, se dedicó a dibujar con su habitual estilo costumbrista
apuntes tanto del monasterio como de los alrededores o de su hermano como
modelo. Dibujos que aún se conservan y que ilustraron algún periódico o revista
madrileña.
Iniciamos el recorrido por Trasmoz,
que resultó ser el pueblo que nos sorprendió con tanto relumbrón la noche
pasada; pueblo que mantiene una notoria huella de Gustavo Adolfo. No en vano
recreó allí sus narraciones III y desde la VI a la VIII. Estas últimas,
referidas a las leyendas sobre brujas que celebraban aquelarres en su castillo.
Muy en concreto, en una de las la últimas, “La tía Casca”, donde cuenta que un
pastor le relató cómo la gente del pueblo la persiguió hasta despeñarla por un
barranco, pero que su alma siguió vagando por allí y creando maleficios. En una
calle pudimos ver la silueta metálica de la tía Casca.
En la ladera del castillo, se
erigía una estatua en bronce de G.A.B. en la que el poeta mira hacia el
cementerio, obra de Luigi Aráez. La estatua robada en 2014, troceada y vendida
a un chatarrero. Fueron recuperados los trozos, pero aún está pendiente de
estudio su restauración, debido a su alto coste.
En el exterior del conjunto,
pasada la carretera, se erige la conocida como “Cruz negra de Veruela”. Allí,
como cuenta Bécquer en la Carta II, cada atardecer acudía con un libro, se
sentaba en los escalones de la base y esperaba, a veces, hasta cuatro horas al
conductor de la correspondencia (así dice él), quien llegaba a caballo, con su
cartera de cuero terciada al hombro y le entregaba periódicos de Madrid, entre
ellos, cómo no, “El Contemporáneo” (me resultó muy emotivo que me tomaran la
foto que precede, pensando que, quizás, en el mismo lugar estuvo sentado el
poeta). Tras conversar con el caballista y retornar a su celda, Bécquer comenta
textualmente en la misma carta:
Siempre
que atravieso este recinto, cuando la noche se aproxima y comienza a influir en
la imaginación con su alto silencio y sus alucinaciones extrañas, voy pisando
quedo y poco a poco las sendas abiertas entre los zarzales y las hierbas
parásitas, como temeroso de que el ruido de mis pasos despierte en sus fosas y
levante la cabeza alguno de los monjes que duermen allí el sueño de la
eternidad. Por último, entro en el claustro, donde ya reina una oscuridad
profunda. La llama del fósforo que enciendo para atravesarlo vacila, agitada
por el aire, y los círculos de luz que despide luchan trabajosamente con las
tinieblas…
Cuánta belleza y misterio encierra ese párrafo. El claustro es una maravilla, como muestra la imagen que precede, aunque tomada con mi nula pericia en el arte de la fotografía.
A la salida preguntamos en
recepción si se podían visitar las celdas donde se hospedaron los hermanos
Bécquer y familia. Nos respondieron que no existen ni es posible ver el lugar.
Allí lleva tiempo detenido el proyecto de construir un Parador de Turismo.
Confiemos en que no rompan la armonía del conjunto arquitectónico.
Acabada la visita, nos llegamos
hasta Vera de Moncayo, en cuyo término se levanta el monasterio y que G.A.B.
menciona en varias ocasiones, pero tuve el imperdonable olvido de no visitar
otro de los pueblecitos del entorno: Añón de Moncayo, pues gran parte de la Carta
V, la dedica a describirlo, cantar las virtudes y retratar a las mujeres
añoneras, trabajadoras incansables en los montes donde recogían leña que luego
vendían en el mercado de Tarazona, cabecera de la comarca.
Estas mujeres pasaban antes de
salir el sol por delante del monasterio, con sus borriquillos cargados,
sacándole a veces del sueño con sus canciones alegres y sus risas. Vestían una
indumentaria peculiar. Eran felices con solo los seis o siete reales
conseguidos, que les daban escasamente para pasar el día. Comenta Bécquer que
conversó con ellas en ocasiones en el mercado de Tarazona.
Sí pasamos por Tarazona, camino
ya de Talamanca de Jarama. Nos quedaban que recorrer alrededor de 380
kilómetros. Almorzamos en ruta en las cercanías de Soria y llegamos al
anochecer.
Así terminamos el viaje
propuesto, con un recorrido total de unos 1600 kilómetros en dos días; pero viaje
afortunado y memorable que siempre quedará en nuestro recuerdo.
30 de septiembre de 2024. Lunes.- Por la
mañana, recorrimos los alrededores de Talamanca y visitamos el cercano pueblo
de Torrelaguna, localidad donde residí poco más de dos años cuando era
adolescente. A mediodía comimos en Uceda, pueblo de la provincia Guadalajara.
La tarde la dedicamos al reposo y a preparar el equipaje para la vuelta.
Finalmente, mi sobrino nos llevó
hasta la estación de Atocha. La salida del AVE para Sevilla fue a las 11:53 y
llegamos a las 14:45 horas.
Allí nos recogió otro sobrino con
su coche y nos llevó a su casa donde almorzamos con su familia. Como colofón a
la excursión literaria, no se puede pedir más. Tanto a la ida como a la vuelta,
fuimos atendidos de “puerta a puerta”. Vaya desde aquí nuestra gratitud.
El objetivo fue cumplido y los
días empleados en su consecución nos quedarán como recuerdo imborrable.