Tras el crucero por el mar
Báltico y el viaje a Galicia al que me referí en las última entradas y alguna
acostumbrada y breve visita a mi pueblo natal, Campillo de Llerena, en la
provincia de Badajoz, dábamos por concluido el capítulo de viajes de 2016.
Sin embargo, sobre septiembre
de ese año, Eugenia, prima hermana de mi mujer y su pareja, Fernando, nos
invitaron a realizar un extenso recorrido a bordo de su coche por tierras
portuguesas, desde Sintra y ciudades
cercanas, hasta el norte del país.
Viajar en tan grata compañía y con
la comodidad que supone hacerlo en una berlina Mercedes de 9 plazas por una
zona que ellos ya conocían con detalle (en mi caso la conocía de forma fugaz,
por un viaje que hice muchos años atrás desde Sevilla a Orense, desviándome por
Portugal), suponía una oferta tan atrayente que no admitía negativa. Así que, cómo
no, nos sumamos a aquella expedición que duró desde el domingo 9 de octubre al
sábado 15 de ese mes.
A lo atractivo del
ofrecimiento, he de añadir que Fernando del Valle es un conocido y
experimentado ornitólogo con extensa experiencia internacional, y que por
tanto, llevaría su valioso equipo, tanto fotográfico como óptico, lo que nos
permitiría ilustrar con calidad nuestras visitas, incluso vivir alguna
placentera aventura con la observación de distintas especies de aves.
Precisamente, fue a Fernando a
quien, atinadamente, se le ocurrió llamar al recorrido “Ruta Lusitana”.
*Domingo
9 de octubre.
Procedentes de Sevilla, tras rebasar
Lisboa por el puente 25 de Octubre, llegamos a Sintra con la hora precisa para
aposentarnos en el hotel concertado para tres
noches y salir en busca de un restaurante donde comer.
Después de la comida, sin lugar
a reposo alguno como ocurriría durante todo el viaje para así aprovechar al
máximo la jornada para visitar lugares y monumentos y contemplar parajes,
subimos en primer lugar hasta el Convento dos Capuchos, edificio que
actualmente pertenece al Estado portugués, que lo mantiene acondicionado para
las visitas.
Se trata de un sencillo
complejo religioso con capilla, pequeño terreno de cultivo y horno donde los
monjes producían sus propios alimentos. Las celdas, de reducidas dimensiones y
en su mayoría, excavadas en galerías a veces tortuosas, junto con los huecos de
entrada de escasa altura, obligaban a los monjes a llevar una vida de constante
penitencia, a lo que ayudaban las puertas
forradas de corcho para el aislamiento acústico y térmico; material que aún
se conserva de forma notoria.
El paisaje que se divisa es de
gran belleza y todo el entorno inspira un total recogimiento a pesar de la
ausencia de vida ascética, ya que los monjes franciscanos que lo habitaban
fueron exclaustrados en 1834.
A continuación marchamos al Cabo
da Roca, en el término de Cascais, la punta más occidental de Eurasia.
Como se indicaba en un monolito: Aquí
onde a Terra se acaba e o mar comença, en palabras de Luis de Camoens, el
gran poeta portugués. Llegamos con tiempo de observar en el horizonte marino
una maravillosa puesta de sol.
Después, nos dirigimos a la llamada
Boca
do Inferno, otra zona de acantilados y cuevas del mismo municipio, para
contemplar allí los embates del mar. Tras ello, dejamos el coche en un
aparcamiento subterráneo y paseamos por las calles de la ciudad y los
alrededores de su magnífica fortaleza.
En Cascais cenamos y antes de
retornar al hotel pasamos por varias calles de Estoril, freguesía del citado municipio.
*Lunes
10 de octubre.
Ese día lo empleamos para
visitar Lisboa, donde paseamos por
calles céntricas y sus más amplias y emblemáticas plazas como son la del Rossio y Do Comercio.
Después de una buena caminata,
montamos en un típico tranvía que nos trasladó a la parte alta de la ciudad,
para contemplar desde sus miradores una bella panorámica urbana.
Regresamos a la parte baja para
comer y terminada la comida, pensamos emplear el resto de la tarde en conocer
el barrio histórico y monumental de Belem, en la margen derecha del estuario
del río Tajo.
Hacia allá nos dirigimos en
coche, pero nos sorprendió un continuo atasco por cualquier ruta alternativa
que tomábamos, hasta que ya, tensos por la situación, desistimos de nuestro
propósito y nos fuimos a pasear por una zona tranquila cercana al río, desde
donde se contemplaba el imponente puente
Vasco de Gama, con sus más de 12
kilómetros de longitud.
En todo caso, vimos lo
suficiente, para afirmar que Lisboa es una preciosa capital, que merece ser
visitada y conocida con más tiempo y mayor profundidad.
Finalmente, retornamos a Sintra,
donde cenamos.
*Martes
11 de octubre.
Para evitar colas de entrada,
ya a primera hora de la mañana, subimos con el coche, a veces dentro del túnel
arbóreo en que se convertía el camino, a visitar la Quinta da Regaleira. De
tal lugar diré que a principios del siglo XX, un rico brasileño de padres
portugueses, mandó construir un lujoso palacio en un extenso terreno rodeado de
bosques, jardines, grutas, pequeños castillos… Supone una gozada ver el palacio
y recorrer su entorno.
Terminada la visita, viajamos a
la costa para pasear cerca de la Praia das Maças y después comer las
típicas carnes a la piedra que ofrece el restaurante O Lavrador, en el cercano pueblecito de Cabriz.
A continuación, subimos de
nuevo a la frondosa Sierra de Sintra para visitar el Palacio da Pena, residencia por temporadas de
los reyes portugueses en el siglo XIX. Nos encantó ese precioso edificio de
estilo romántico, así como los jardines que lo rodean. Además, la panorámica
desde aquella altura es espectacular. Se puede contemplar incluso la
desembocadura del rio Tajo en el Atlántico.
Lo único importante que nos
quedó por ver de los monumentos serranos, fue el llamado Castelo dos Mouros, edificio
que se divisa desde cualquier punto de Sintra.
Ultimada la visita, nos
trasladamos de nuevo a la costa, en esta ocasión a Azenhas do Mar.
Entramos en el lujoso restaurante del mismo nombre para tomar una copa de vino
de Oporto en una galería acristalada con
vistas a una preciosa cala.
Regresamos a Sintra y antes de
recogernos en el hotel, cenamos en el restaurante elegido desde la llegada: el
Metamorphosis, donde comíamos bien y siempre fuimos tratados con amabilidad.
A la mañana siguiente, tras el
desayuno en el hotel, emprendimos el viaje hacia Oporto, pero ese relato
quedará ya para una segunda parte.